Respeto

Jaime VIntimilla

En los últimos meses se ha advertido un debate variopinto donde la argumentación ha permanecido cautiva de las emociones y percepciones. El resultado ha sido comprender que al ser humano le cuesta mucho entender la diferencia y lo que es más aceptarla, defenderla y respetarla.

En este amasijo de ideas, temas diversos como el garantismo, el feminismo, la perspectiva de género, las nuevas masculinidades, el lenguaje inclusivo, han generado una colisión de posiciones que, en muchas ocasiones, ha exacerbado los ánimos de las personas.

Muchos análisis se han efectuado desde la luz de la ciencia o desde la profundidad misma de la filosofía, empero, hemos olvidado que, ante todo, somos seres humanos que debemos aprender a convivir en la diferencia, donde mínimos puntos de conexión como los Derechos Humanos y el deber de cada persona de no hacer a otros lo que no quieres que te hagan a ti, deben constituir una hoja de ruta de una coexistencia pacífica.

El vivir bien podría convertirse en un tormento, aunque bien podría ser una oportunidad para crecer y comprender el sentido de la vida. Somos criaturas compuestas que cuando damos atención o defendemos una sola idea, la consecuencia inevitable será el desarrollo parcial y sesgado de nuestra sociedad, ya que se dará la espalda a todo lo que el mundo ofrece, transformándonos en intolerantes y hasta prepotentes.

Las religiones, los derechos, las reglas, los principios de nada servirán si es que en la diferencia no se encuentra la posibilidad de crecimiento y de reflexión sobre las debilidades de las verdades absolutas o las potencialidades de los conceptos en completa evolución.

Evitar el debate estéril es misión de quienes más allá de encontrar que la verdad tiene por contrarios a la ignorancia y al error, deben poner énfasis en la construcción de una sociedad donde los conceptos de facultad, entendimiento y libertad nos conduzcan a la comprensión del otro y no a la necesidad de imponer nuestros criterios. El sentido de vivir es entender que “no se acepta nada como definitivo, intocable, evidente o inmóvil”, pues las cosas siempre mutan, pero el respeto no.

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