Miedo

Pocos males destruyen de manera tan radical a los seres humanos como el miedo. En estos momentos nos atenazan diferentes tipos de miedo, algunos ya casi convertidos en pánico, como el temor a una erupción violenta del Cotopaxi con sus arrasadores ríos de lodo. Nos vence el miedo a escribir con libertad, a expresar nuestros deseos o sentimientos porque sabemos de represalias y castigos desproporcionados, avalados por la Ley y la justicia sumisa. Nos cuidamos de hablar sobre tantos motivos de rabia y descontento, no sea que nos caiga el peso de la descalificación por parte de uno de los tantos funcionarios áulicos al servicio del poder omnímodo, pero contingente.


Por esta razón y otras valoro en todo su sentido trascendente las palabras de monseñor Antonio Arregui, arzobispo de Guayaquil, al afirmar que “hace falta emprender un verdadero diálogo” en el cual se tenga en cuenta los reclamos de la ciudadanía, como “las reformas constitucionales y la reelección indefinida”. Ha tenido la entereza, como Obispo, es decir pastor y guía, de expresar el sentir de millones de ecuatorianos. Me recuerda a otros obispos de tiempos pasados que se enfrentaron al poder político cuando este sobrepasaba sus atribuciones y se excedía en sus mandatos.

Allí están Luis López de Solís con sus duras cartas a Felipe II, José Pérez Calama con sus reclamos al presidente de la Audiencia de Quito, Pedro Schumacher, Arsenio Andrade, Federico González Suárez, cada uno con su estilo, frente a las arbitrarias imposiciones alfaristas.


Es de esperar una palabra de apoyo de sus hermanos obispos, de los laicos y organizaciones católicos, pero también de las personas amantes de la libertad y de la dignidad de todos los escuatorianos, para que no se conculque nuestro derecho básico a expresar ideas y opiniones.


Desde esta modesta columna envío el mensaje de solidaridad a monseñor Antonio Arregui de parte de este católico de a pie. No desearía quedar sumido en la tentación del silencio miedoso. Del funcionario público que se atreve a tomar palabras ya añejas para tratar de insultarlo, mejor no hablar.

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