Bibliotecas

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La del Congreso y la de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), la Británica (Londres), Nacional de Francia (París), figuran entre las bibliotecas más grandes del mundo. De la antigüedad, quedó el recuerdo de un gigantesco repositorio de cientos de miles de rollos de papiros y tablillas de arcilla que constituyeron la Biblioteca de Alejandría, en Egipto: su incendio fue catalogado como una catástrofe para la ciencia, el arte y la cultura.


Se sigue discutiendo la autoría de este hecho atribuido al califa Omar, quien presuntamente habría dicho: “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos; y si éstos se oponen, deben ser destruidos”.

Esta versión mereció la réplica de Edward Gibbon, que tildó de inverosímil la acusación a los musulmanes, afirmando que la paulatina destrucción la hicieron frailes fanáticos cristianos. Las polémicas prosiguen, sin faltar el involucramiento a los conquistadores romanos.


Con el afán de restablecer esa obra de incomparable significado para la humanidad, 1.600 años después del siniestro mencionado, se inauguró, en el 2002, la Bibliotheca Alexandrina, con la contribución de países europeos, americanos, árabes y la Unesco. Este colosal recinto de la inteligencia alberga millones de libros, en cerca de 40 mil metros cuadrados, con capacidad para dos mil lectores.


En Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional de Argentina, se ha despedido a 240 empleados de un total de 1.000 que laboraban en este emblemático centro de civilización. No es con acciones de este tipo que se fomenta la cultura sino con mayores recursos, humanos, tecnológicos y económicos, eso sí bien administrados, que puede alcanzarse la superación de los pueblos.

Las bibliotecas, que han entrado a la época de la informática, así lo exigen.


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