Marchas y resacas

Todavía no pasa la resaca para todos los actores que intervinieron directamente en el paro nacional (13-A), porque la realidad superó pronósticos de todo tipo en un contexto de descalificación oficialista ante cualquier iniciativa de protesta social. La primera conclusión es que no hubo tal intento de golpe de Estado como lo advirtió el Gobierno un mes antes, pues el Presidente y sus ministros cantaron y discursearon a más no poder en Carondelet.

Un golpe, indudablemente, no da posibilidades para convertir la disputa política en farra.


Una segunda conclusión es que la marcha convocada por la dirigencia de la Conaie y los sindicatos de trabajadores fue multitudinaria en Quito y se replicó en varios puntos del país, aunque el oficialismo quiera desconocer que estas organizaciones tienen eco y capacidad de convocatoria en la población. A diferencia de otros momentos históricos, cuando se produjeron los golpes contra Bucaram, Mahuad y Gutiérrez, esta vez la demanda fue clara: el retiro de las enmiendas. Y pese a que la gente coreaba “fuera Correa, fuera”, el pedido era que el Presidente rectifique no que se vaya.


Como tercer aspecto, cabe mencionar que el Gobierno sigue confundiendo lo que es un partido político con el Estado, ya que trata de conseguir apoyo y respaldo en los miles de burócratas que trabajan en todas las instancias del Ejecutivo. Error. Alianza PAIS debería actuar como una organización de masas como dice que es y no como un ente coordinador entre el Ejecutivo y la burocracia estatal. Esto no supone que desconozcamos que hay en las manifestaciones personas a favor del Presidente, pero también burócratas desencantados.


El cuarto aspecto es que las protestas dejaron un saldo negativo de heridos civiles y policías, detenidos, acusados y privados de libertad hasta que termine el proceso legal. Este escenario contribuye a la radicalización del conflicto. Las partes en disputa apuestan por un juego de suma cero. ¿Quién gana? Nadie.

Seguramente, esta medición de fuerzas en las calles generará un clima antipolítica tan o más parecido que el de fines de los 90 y primeros años del 2000. Al final, la resaca continúa, pero con más agravantes.


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