La Borradora ‘reaparece’ en San Roque

La Borradora ‘reaparece’ en San Roque
LUGAR. En esta casa, situada en la esquina de las calles Imbabura y Rocafuerte, se encuentra el grafiti al lado de la imagen de Nuestra Señora La Borradora.

SUSANA FREIRE GARCÍA •

El privilegio de ser una peatona de Quito es que tengo la oportunidad de visitar rincones inusuales de la ciudad y a la vez observar o descubrir ciertos comportamientos o hechos, que se insertan en lo que suelo denominar “el otro Quito”.


Este íntimo deseo de acercarme a la urbe, no solo que alimenta mi sentido de pertenencia hacia ella, sino que además me permite estudiarla a través de distintas ópticas que conjugan lo teórico y lo vivencial, sin dejar de lado la estética y la poesía.


Fue así que hace unos meses mientras caminaba por San Roque, mis ojos se detuvieron sobre un grafiti dibujado en la pared de una casa, ubicada en la esquina de las calles Imbabura y Rocafuerte. A primera vista pude percibir que se trataba de una genialidad, ya que combina la osadía, con el conocimiento de la historia de Quito.


Digo esto porque junto al texto se halla la imagen de Nuestra Señora La Borradora, cuya leyenda es necesario conocer para entender el trasfondo de este grafiti.


Según datos históricos, durante la época colonial en la calle Angosta (actual calle Benalcázar) estaba situada la cárcel, la cual tenía una pequeña capilla donde se veneraba la imagen de Nuestra Señora del Rosario, pintada al óleo sobre una pared de adobe. Los presos, en especial aquellos condenados a muerte, le encomendaban su alma y el perdón de sus pecados.


En este mismo sentido, un homicidio perpetrado el 3 de julio de 1612 colocó en primer plano a un indígena que fue acusado de ser el autor del delito y sentenciado a pena de muerte. El hombre se declaró inocente y, ante la impotencia de tener todo en contra, se encomendó a la Virgen del Rosario para que le salvase de la muerte.


Al día siguiente el indígena fue trasladado a la capilla, a fin de que las autoridades civiles leyesen la sentencia, mas cual fue su sorpresa al constatar que el texto y la firma de los jueces habían sido borrados. La diligencia se suspendió por tal motivo para repetirla al día siguiente. En esta nueva oportunidad sucedió lo mismo, ante lo cual las autoridades reconocieron que se trataba de una señal divina.


Una vez que se comprobó la inocencia del indígena, este quedó absuelto. En señal de agradecimiento, ante la intercesión de la Virgen del Rosario, el indígena permaneció en la cárcel a fin de consagrarse al cuidado y culto de la imagen religiosa. Cuenta la leyenda que el día que murió fue enterrado a los pies de la imagen.


Muchos años después, durante el Gobierno liberal de Eloy Alfaro, los fieles católicos pidieron que la pared en la que estaba el óleo de la Virgen no fuese demolida, sino trasladada a la iglesia de San Roque, lugar donde reposa actualmente, junto a un cuadro en el que se detalla el milagro concedido al indígena.


Fue en esta parroquia donde la Virgen del Rosario adquirió la denominación de ‘Nuestra Señora La Borradora’, nombre popular con el cual le identifican los fieles, quienes le siguen pidiendo favores de diversa índole.


El imaginario nacido a partir del milagro de La Borradora pervive hasta nuestros días, y prueba de ello es el grafiti mencionado anteriormente, en cuyo texto encuentro una apropiación muy ‘sui géneris’ de la leyenda, ya que si bien no tiene precisamente una naturaleza religiosa, el autor o autores se valen de la imagen de la Virgen para hacer notar que su inconformidad y rebeldía, al carecer de una respuesta oficial o ciudadana, tal vez necesiten de una “intervención divina” para materializarse. Sino basta leer el texto que a continuación reproduzco: “Nuestra Señora La Borradora que desapareces las huellas del smog y del petróleo, protege estas calles de: tiranos, borregos nerviosos y temblores, por hoy, mañana y toda la semana. Cuida desde tu casa en la luna, de esta ciudad curuchupa, mojigata, sombría y luminosa”.


El texto no puede ser más sintomático: San Roque es uno de los barrios del centro de Quito que más ha sufrido y sigue sufriendo un imparable proceso de pauperización. Muchas de sus casas solo son fachadas que disimulan vejeces y tugurios internos, y en otros casos las viviendas han sido ‘remodeladas’ para fines tan disimiles que van desde improvisados garajes, pasando por bodegas comerciales o centros de diversos cultos religiosos.


En la esquina donde se encuentra dibujado el grafiti, los índices de smog provenientes de los buses que circulan por el sector son alarmantes, tanto que dan ganas de salir corriendo a otra parte. Siendo este un barrio con tanta historia, cuya impronta está ligada a la memoria colectiva de la ciudad, resulta irónico que se pierda entre la desidia de los habitantes (de ahí la comparación con los borregos), la tiranía de los que no respetan el espacio público, y los temblores propios de una dinámica en la que el sentido de pertenencia a la ciudad está ausente.


De ahí que si bien desconozco al autor o autores del grafiti, “me saco el sombrero” ante su ingenio, ya que tras la provocación está el deseo de que quienes lo lean despierten del letargo y empiecen a ser ciudadanos, ya que los que habitamos en la ciudad nos debemos a ella de palabra y de obra, más allá de nuestras posturas o diferencias.


Claro que, tal como lo demuestra el texto del grafiti, siempre queda una puerta abierta para la esperanza y la ternura, ya que la ciudad lucha diariamente entre sus luces y sus sombras, tal como lo hacemos cada uno de nosotros…


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