Fernando Tinajero: 'No puedo renunciar a mi libertad de pensar'

‘No puedo renunciar a mi libertad de pensar’
ESCRITOR. A sus 75 años es reconocido por su trabajo en la literatura ecuatoriana.

“Contraje una enfermedad desde muy jovencito y nunca he podido curarme. Es la de no poder dormir sin haber escrito algo. Necesito escribir todos los días”.

Fernando Tinajero,
Escritor.

El ensayista, novelista, poeta y catedrático Fernando Tinajero recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo, en la categoría Letras. Este reconocimiento se entrega desde 1975 a personajes que se hayan destacado en actividades culturales y científicas en el país.
Aunque no fue un galardón con el que soñara el escritor quiteño, La Hora conversó con él sobre este reconocimiento.


¿Qué opina que se haya otorgado el Premio Nacional Eugenio Espejo luego de tres años?


Está bien que se haya reiniciado la entrega. El Premio es bianual y la última vez que se había concedido fue en 2012. De manera que correspondía entregarlo en 2014 y no sé por qué no se entregó, aunque alguien me dijo que se trató de una confusión o de un olvido, pero no sé cuál es la explicación real. Entonces, es un esfuerzo por subsanar un error.


¿Esperó en algún momento recibir este reconocimiento? ¿Y ahora que lo obtuvo, a qué lo compromete?


Nunca me imaginé que ese Premio pudiera serme otorgado a mí. Nunca estuve pensando en función de premios. La prueba es que tampoco he sido muy amigo de concursos o cosas por el estilo. Excepto una sola vez, hace muchos años, que por presión de mis compañeros de la (revista) Bufanda del Sol me presenté al concurso que fue promovido por la Universidad Central con motivo de su sesquicentenario y gané un premio en novela. Es la única vez que hice algo por el estilo. Más bien, soy reacio a esas competencias.

Pero cuando le notificaron que usted era el ganador del Premio Eugenio Espejo, ¿cómo lo tomó?


Me sorprendió. No niego que es grato obtener un reconocimiento, aunque hubiera querido que sea en otras circunstancias. No podía dejar de recibirlo pero, en fin, me alegra modestamente. No quiero exagerar esto. En definitiva, lo único que cuenta para quien escribe, o un creador de arte, o incluso un investigador científico, es su obra y el resultado que puede producir a largo plazo.


Mucho se ha especulado sobre los ganadores de este año, que son afines al Gobierno actual. ¿Qué opina usted sobre este comentario?


Como muchísimos otros ecuatorianos también tuve interés en el proceso político que se inició en 2007 y fui sufriendo una lenta decepción. Últimamente he expresado por escrito mis distanciamientos del Gobierno. Curiosamente, el Presidente (Rafael Correa), cuando me impuso la medalla, me dijo: “Que era por toda mi trayectoria, pero también por mis críticas” (sonríe). En realidad, no sé cómo tomarlo.


¿Y usted le pudo contestar algo?


Le dije que no podía renunciar jamás a mi libertad de pensar.


¿Y él que le dijo?


Solamente se río.


Aparte de este Premio, que de alguna manera es un incentivo para el artista, ¿qué cree usted que hace falta hacer por la cultura en el país?


Diría que hace falta todo. Porque desde hace muchísimos años el Ecuador no tiene una verdadera política cultural. Varias veces he abordado el tema de las relaciones entre la cultura y el Estado en algunos de mis ensayos. Creo que estas relaciones siempre son difíciles (…) Normalmente las relaciones entre el Estado y la cultura más bien son distantes o realmente peligrosas y eso se explica por la naturaleza de ambas. Pero en medio de todo eso hay momentos en que se puede contar con políticas culturales, que son positivas. En el Ecuador el momento más brillante de la cultura, desde el punto de vista de acción del Estado, fue el de la creación de la Casa de la Cultura (…)


Si en su momento la creación de la Casa de la Cultura fue un acierto; la creación del Ministerio de Cultura y Patrimonio, ¿qué sería?


Nunca entendí por qué debe existir un Ministerio de Cultura. Lo que creo que debería hacerse es favorecer esos esfuerzos que dentro de la Casa de la Cultura existen para alcanzar una renovación profunda. El Ecuador de los años 40’ ya ha desaparecido, el Ecuador de 2015 es otro, con otras necesidades, con una sociedad que presenta un espectro mucho más complejo y difícil. Obviamente, la Casa también debe transformarse. Ya no es posible continuar con el pensamiento que Benjamín Carrión insufló a la Casa de la Cultura, aquella “teoría” de la ‘pequeña nación’. (MJC)