Populismo del siglo XXI

El uso de la palabra populismo es complejo, debido a que la opinión pública le atiborró de adjetivos para calificar el comportamiento, la gestión y el proselitismo de cualquier político.

Así, el populismo terminó convirtiéndose en un adjetivo, cuando en realidad es un sustantivo que tiene elementos que lo conforman y que explican de alguna manera cuál es el estado de salud de la democracia. Por ello, no se puede calificar de populista a un partido, movimiento o político solamente por desacreditarlo. Es necesario precisar que el populismo no es un fenómeno nuevo, pero tiene la capacidad de adaptación a contextos nuevos y se viste con la piel de un camaleón.


El populismo surge en momentos de crisis política cuando las instituciones de la democracia no responden a las demandas de la población, es decir incumplen con las competencias que les fueron asignadas. Esto contribuye para que la gente entre en un estado de fatiga cívica y se sienta invadida por un profundo sentido de incredulidad y desapego por las instituciones y también por los actores políticos. En este contexto, lo presente y, sobre todo, lo pasado son sinónimos de desgracia, por eso la antipolítica es la antesala del populismo. Cuando me refiero a crisis hablo del declive de los partidos políticos, las pugnas entre Ejecutivo y Legislativo, la partidización de la justicia o judicialización de la política, la corrupción, la falta de independencia de los poderes.

En estos escenarios emerge el líder carismático que hace las veces de Mesías. Ofrece refundar la patria, reivindicar a los pobres, castigar a los políticos, crear nuevas instituciones y desterrar a las viejas, atacar -y de ser posible- fulminar a los partidos, introducir un discurso de polarización entre buenos y malos, saltar las intermediaciones institucionales y relacionarse con el pueblo cara a cara, todo ello en un contexto de omnipresencia gracias al uso que hace de los medios masivos de comunicación y las tecnologías digitales. El populismo es camaleónico, porque carece de ideología. ¿Acaso estos síntomas no suceden reiteradamente en nuestros países andinos?


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