El soldado del conflicto del 41 que espera su Cruz de Guerra

El soldado del conflicto del 41 que espera su Cruz de Guerra
Personaje. Carlos Alfredo Bastidas Arciniega dio su testimonio sobre su participación en la Batalla de Panupali, en la Guerra de 1941.

Ibarra. Han pasado 74 años desde que combatió en la batalla de Panupali, en el cantón Piñas (provincia de El Oro), pero en la memoria del soldado nacido en San Gabriel (Carchi), pero que vive en Ibarra (Imbabura), sigue fresca, como si los hechos acabaran de suceder.

Carlos Alfredo Bastidas Arciniega tiene 93 años y es uno de los pocos sobrevivientes de la Guerra de 1941, una de las varias que libró el Ejército ecuatoriano contra el peruano por posesión de territorio.

Ataviado con un uniforme camuflaje, de militar, y adornado con una medalla otorgada por el Congreso Nacional, el excombatiente abre las puertas de su casa para narrar su historia y para dar a conocer que ha venido solicitando que se le otorgue la Cruz de Guerra por su desempeño en combate. Más allá de su historia, con documentos en mano, afirma que todos sus compañeros la recibieron, menos él y no por falta de mérito.

El Congreso Nacional, según recuerda, en 1969, le otorgó la condecoración, junto a quienes tenían parte de guerra. Es decir, a quienes tienen confirmación de haber combatido, no a todo el personal, aclara. “Estoy reclamando la Cruz de Guerra, porque toda la acción de Panupali fue destacada. Mi mayor Leonidas Plaza aclara, en un certificado que me da, que se corrija el error burocrático que han cometido conmigo y que merezco que se me dé la Cruz de Guerra. Después de que firma pone: “esta batalla es la que nos da el petróleo que tenemos en el Oriente…”.

Como testigo de la gesta bélica, en el cantón Piñas, en el sector de Panupali, se erige un monumento en el que constan los nombres de los tres caídos en ese combate: sargento Rafael Grau, el cabo Miguel Vaca, de Imbabura; y el conscripto Jacinto Flores, de Cuenca.

En otra placa constan los tres jefes: capitán Moisés Oliva, teniente Leonidas Plaza Lasso y subteniente Alfredo Zurita Miranda, seguidos por los nombres de los clases, los soldados y los conscriptos; y el 18 de septiembre de cada año se recuerda y rinde homenaje a esta batalla. Según cuenta Carlos Bastidas, solo viven dos de todo el grupo que combatió en esas tierras.

En diálogo con Diario La Hora relató su historia, una de tantas que vale no dejar en el olvido.

Testimonio

“Éramos 40 militares, entre oficiales y tropa, conformados en tres escuadras. La primera comandada por el capitán Oliva, la segunda, por el teniente Plaza, con 12 hombres de tropa cada una; y, la tercera, por mi subteniente Zurita, con 13 hombres. Los 40 no cubrimos de gloria en esa batalla.

Fuimos desde Cuenca a Loja y de ahí pasamos a Piñas. Luego nos distribuyeron en los diferentes destacamentos. Al pelotón comando, a cargo de mi capitán Oliva, nos tocó relevar a un pelotón del Batallón Tulcán, que estaba en el destacamento El Placer. Ahí había un riachuello y enseguida era Platanillos. Terminada la loma de Platanillos, estaba la loma de Panupali.

Nos hicimos cargo en agosto de 1941. Al otro día de lo que llegamos, mi teniente Plaza salió con un Jíbaro conocedor de montaña, y dos clases para hacer un reconocimiento de la posición del enemigo. Regresaron en la tarde y ya nos indicaron que los peruanos estaban fortificados en Panupali, que tenían trincheras escalonadas y nada más, porque obviamente no podían enterarse de todo.

Entonces, mi teniente mentalizó un asalto, que se tituló: El Asalto a Panupali, que consistía en que la primera escuadra atacaría por el frente. La segunda, por el flanco derecho y la tercera debía ir a la retaguardia de Panupali, cortar la línea telefónica y abrir fuego. Esa era la señal para que desde las tres posiciones atacáramos y los tomáramos por sorpresa.

Cuando se quiso poner en práctica este plan, mi capitán Oliva no lo autorizó, porque tenía que obedecer órdenes que debían llegar desde mi coronel Urrutia. Este último dejó un libro que se titula ‘Apuntes para la historia’, que fue publicado después de que falleció, en el que hace constar algunas cuestiones, como que el presidente Carlos Arroyo del Río no aportó ni 20 centavos para comprar municiones y que Ecuador no tenía municiones ni para combatir dos días. Por ese motivo había la orden de que ni siquiera disparemos al enemigo.

Yo pertenecía a la tercera escuadra. La noche del 17 de septiembre nos tocó de guardia. A mí me tocó observación y seguridad, que es la línea más adelantada, luego hay otra que se llamaba de seguridad, donde había otro centinela y más arriba la línea de fuego, donde dormía la escuadra que estaba de servicio.

La orden era preguntar el santo y seña y que si no había respuesta como debía, disparar y tratar de salir por la cuneta a la línea de seguridad. Allí aguantar un rato, calcular que el personal esté levantado y en orden en la línea de fuego y subir a dar parte.

Esa noche era oscura y por el camino de herradura escuché pasos que se acercaban. Me alisté, quité la aleta del mouser corto que teníamos y estaba pendiente. Cuando sentí que estaba al frente, pregunté: “santo y seña Febres”, que era lo que debía decir para recibir la contestación “Cordero”. Como no hubo respuesta, disparé y seguí las órdenes de subir y resistir en la línea de seguridad.

Subí y el conscripto que aguardaba en la segunda línea hizo otro disparo. Pregunté: por qué disparaste y respondió que por si acaso no hayan escuchado mi disparo. Se disculpó en esa forma.

Calculamos que ya era un tiempo prudente y subimos a la línea de fuego. Le dije a mi subteniente que oí pasos, que pregunté el santo y seña, que no hubo respuesta y que disparé. Me dijo: “muy bien” y me mandó a mi trinchera.

Como no hubo ninguna novedad y solo las aves nocturnas hacían su bulla, todo pasó. Pero luego me llamó y me dijo que era un cobarde y que por miedo había disparado y que por eso me vaya al reconocimiento.

Bajé y recorrí el trecho hasta llegar al sector por donde hice el disparo y sentí en la espalda un frío de verdad. Pensé que me estaban entrando los nervios. Calé la bayoneta y me deslicé por el suelo.

En la oscuridad de la noche iba buscando con la bayoneta a ver si había algo tendido en el suelo. Ya se oía el ruido del estero y dije: “ya estoy cerca” y por allí ya se sentía resistencia a la bayoneta. Pensé que iba a topar de repente una bota o algo, pero era una vaca, aunque con eso mi disparo estaba justificado y me encontré con mi subteniente y le dije: “permiso mi subteniente, no soy ningún cobarde. Mi disparo está justificado, he matado a una vaca, cómo la iba a ver con esta oscuridad”.

Me dijo que siguiera de centinela, pero ya no tenía miedo, porque sabía que no estaba por ahí el enemigo.

Arriba decíamos que este es el tiempo, que habíamos ido a pelear. Con ese motivo, hizo un parte que decía: “hemos sido atacados y nosotros contraatacamos” y con eso no había desobediencia al jefe.

Mandaron a un soldado Tapia, al que le decíamos el tuerto, porque en las prácticas de tiro nunca le dio al blanco, era medio visco, y con él mandaron el parte a Buenaventura.

Me relevaron a las 00:00, así que subí y me dormí. Descansé menos de dos horas y me levantaron a tomar un agua de panela y el teniente Plaza nos dijo: “vamos a combatir”.

La estrategia ya estaba preparada y habíamos repasado el procedimiento de cada escuadra. Después de tomar la panela, me fui a mi escuadra, pero me dijeron que me tocaba ir a la primera, la que más peligro corría, porque había que atacar por el frente.

Ahí, mi sargento Grau se acercó, nos dimos un abrazo y me dijo que siente mucho que no combata con esa escuadra, pero que aplique todo lo que había aprendido en aprovechamiento del terreno.

Al final me mandaron a combatir en el núcleo de choque, como fusilero.

Fue a donde el jefe de ese núcleo, el cabo Rafael Jaramillo, me presenté y salimos a las 02:00 desde El Placer, pasamos el estero, caminamos un poco por el camino de Platanillos y mi teniente Plaza se desplazó a la derecha, con mi capitán Oliva andamos hasta el bordo del camino y comenzamos cuesta arriba, uno tras otro.

Ventajosamente, en esas horas se veía aún la luna tierna, se la veía delgadita y nos ayudó bastante para subir la montaña. Llegamos al tope y comenzamos el descenso.

A las 06:30 o 07:00 ya estuvimos encima de los peruanos. Había unos árboles gigante en la montaña de Platanillos y estábamos ahí y desde ahí oíamos hasta lo que conversaban. Vino incluso uno de los peruanos, seguramente el oficial, y se fijaba para un lado y para el otro. Otros practicaban esgrima con sables y así. Por donde estábamos nosotros había un bordo del que entraban y salían, entonces mi cabo Jaramillo dijo “seguramente la primera trinchera está aquí, debajo de nosotros”.

Nos ordenó que alistáramos la bayoneta y nos repartió cuatro por un lado y cuatro por el otro y dijo que al primer disparo que escuchemos, no disparemos, sino que caigamos a ganar esa trinchera. Cuando oímos el disparo, alrededor de las 11:30, caímos primeros con Juramento y eliminamos a tres que estaban ahí con la ametralladora ya lista y no permitimos que funcione. Fue el primer éxito de la misión.

Luego, río abajo, había una trinchera larga, la segunda, pero parecía que los peruanos se habían ido a comer y no había nadie, por lo que entramos a esa segunda trinchera como que fuera nuestra casa.

Entonces, dos conscriptos de la primera escuadra hallaron unas piedras enormes a la orilla del río y se cubrieron. Los siete restantes, incluido mi capitán Oliva, entramos a la trinchera larga y avanzamos hasta la punta. Desde ahí ya recibíamos fuego de otra trinchera, que estaba debajo de una mancha grande de caña de guadúa.

La extensión del fuego la describe mi cabo Alvear en un libro que escribió, titulado ‘El combate de Panupali’, en la página 40, habla de la intensidad del fuego peruano y en la 41 menciona mi nombre y dice: “tomada la trinchera, el soldado Carlos Alfredo Bastidas Arciniega se desplazó a la curva de la otra trinchera y con gran valor intimó a dos peruanos y los toma presos”.

Como el fuego de la tercera trinchera era intenso, acababan la ráfaga y yo contaba seis y a veces ocho, el tiempo que se demoraban para alimentarse otra vez. Nuestra orden era disparar según el número de enemigos que había: tres o cuatro tiros y que pare. Ellos se armaban y era toda la ráfaga.

Calculé que sí avanzaba a llegar a la tercera trinchera antes de que disparen de nuevo y, sin pedir autorización, salí cuando terminó la ráfaga y logré posarme encima de la trinchera, desde donde les insultaba sin darles blanco. Es cuando mi cabo Hermida me gritó: “Pastuso no los mates”.

Con eso que escucharon, los peruanos alzaron las manos y se entregaron. Con eso se acabó el fuego a la primera escuadra, pero detrás de esa trinchera se escuchaban las detonaciones peruanas, más al sur, contra los otros dos frentes.

El tercer escuadrón no llegó a su objetivo y no cortaron la línea telefónica y atacaron por la ladera izquierda y ahí fallecen los tres militares. Resultó herido también Alonso Alvarado Jara y los dos conscriptos que estuvieron protegiéndose en las piedras, por las balas que rebotaron en las piernas.

Los heridos fueron a hacerse curar y con los prisioneros se fue mi sargento Flores, que era de mayor edad, con mi cabo Hermida.

Nos quedamos cuatro del núcleo de choque.

En total, en esas tres trincheras que ganamos habían cinco peruanos: los dos prisioneros los tomé yo. Mi capitán Oliva dice, en la declaración jurada, que “el soldado Bastidas contribuyó con decisión a tomar a los prisioneros”.

El que más dio razón fue mi cabo Jaramillo, que dio más detalles y Hermida dijo que gritó que no los matara.

Cuando ya se terminó el fuego a la primera escuadra, los cuatro que quedamos, queríamos avanzar y como me gustaba adelantarme, lo hice y me localizó un peruano y gritó: “por aquí avanza uno”.

Ventajosamente, la trinchera estaba en columna, porque si estaba en línea, el fusilero podía matarme. Entonces avancé hacia delante y logré cubrirme arrastrándome por la tierra. Cuando me lanzaron la ráfaga, me quedé quieto, me dio miedo. Después de un rato pensé en que si me hubieran dado, me doliera. No había nada, alcé la cabeza y me apegué a una piedra y vi a los peruanos que se retiraban río abajo, porque la escuadra que no llegó al objetivo no cerró esa línea y tuvieron por donde escapar. Ahí terminó esa batalla.

Subimos ese día y llegamos a la segunda casa, donde ahora se ubica el monumento, y desde allí ya se veía al sur. Entre las 17:30 y 18:00, observamos que se levantaba un grupo de hombres, corría un poco y se tendían. Mi cabo Jaramillo dijo que eran refuerzos peruanos.

Así que regresamos hacia donde iniciamos el combate. De allí nos hicimos un poco a la derecha y pasamos la noche los cuatro: mi cabo Jaramillo, un cabo Tenesaca, Carlos Mendoza y yo.

Esa misma noche, los peruanos hacían fuego. Calmaba una ametralladora y seguía otra, porque se oían las detonaciones diferentes. Era ambiente de guerra.

Al otro día, a eso de las 05:30, se callaron y ya no veíamos a personal peruano. Se habían regresado para el sur. Más tarde, vino un oficial chileno, de los países mediadores, a hacernos retirar desde El Placer hasta Nueva Ventura y supongo que a los peruanos les dijeron lo mismo, que se retiren”.

El retiro

Debido a esa batalla, ocurrida el 18 de septiembre de 1941, se erigió el monumento en el sector. Luego de un tiempo del cese al fuego y otras muertes y batallas que se sucedieron hasta el cese completo al fuego, se dio la firma del tratado de Río de Janeiro, en el que a Ecuador le tocó ceder buena parte de su territorio (200 mil kilómetros cuadrados, según fuentes históricas).

Y este, según narra Bastidas, fue el motivo de que muchos de los miembros del Ejército ecuatoriano dejaran las filas pidiendo la baja. “La tropa estaba indignada con esta firma de tratado de Río De Janeiro, que fue forzada, y gran parte de los soldados, incluyéndome, pedimos la baja y nos separamos del Ejército. Yo me separé a los cinco meses de firmado ese protocolo. Mi baja salió en agosto de 1942”. (RE)

La condecoración

Luego de algunos años de haber dejado el Ejército, en 1970, sus compañeros militares en esta gesta recibieron la ‘Cruz de Guerra’, insignia que Bastidas considera también le corresponde y para ello ha recopilado, junto a su familia, una cantidad de documentos que avalan su pedido.

El reconocimiento económico que le otorga el Ejército llegó en 1970, era de 400 sucres, y desde ahí, cada vez que le aumentan la pensión hace la solicitud de que se le reconozca su mérito en la guerra.

En los últimos años, su familia ha continuado con esa solicitud y, según cuentan con documentos en mano, no han recibido una respuesta concreta, desde el 13 de noviembre del 2013 han enviado oficios a presidencia ministerio y participación ciudadana

Entre los documentos que solicitan para continuar con los trámites se incluye el parte de guerra, que debería reposar en el Ministerio de Defensa, por lo que han solicitado el documento. Su familia dice que sigue esperando una respuesta por escrito al respecto.

Más información
Carlos Alfredo Bastidas Arciniega

*Nació en San Gabriel, provincia del Carchi, el 21 de enero en 1923.
*Combatió en la Batalla de Panupali a los18 años y 7 meses menos tres días.
*El Municipio de Montúfar le otorgó una placa en reconocimiento por su participación en la Guerra de 1941.
*Se casó con María Ortiz Narváez y juntos tuvieron ocho hijos.

El soldado del conflicto del 41 que espera su Cruz de Guerra
Reconocimientos. El Congreso Nacional y el Municipio de San Gabriel, entre otros, han reconocido la valentía y participación de Bastidas en el conflicto bélico de 1941.
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Solicitud. Desde 1970 viene solicitando que se le otorgue la Cruz de Guerra, para lo cual cuenta con documentos que avalan su participación en el conflicto bélico.