Huele mal

Un escándalo mal oliente se ha cocinado en el seno del Municipio Metropolitano de Quito. Dos concejales, un “macho” y una mujer, son los protagonistas.


Ella le ha puesto una demanda al “macho” por atentar a su honra después de que él colgó en las redes un video en el que la caracteriza como una “ofrecida”, sexualmente, se entiende. La carne débil del “macho” contra la carne pecadora de la “hembra”. La concejal dice estar dispuesta a pasar la vergüenza pública para denunciar uno de los peores males que nos aquejan, como es el machismo.


Bien por ella, bien por sus intenciones, bien por sus objetivos, pero el tema va más allá del escándalo, tiene que ver con el tipo de sociedad que queremos y con los objetivos nacionales que el Estado se plantee sobre este y otros problemas de interés. En lo que al machismo se refiere es un problema que tiene raíces profundas que se hunden en una conciencia heredada desde épocas coloniales y que los ecuatorianos no hemos podido superar.


Tiene que ver con la familia, entendida como el “núcleo fundamental” de la sociedad. ¿Qué tipo de familia? En la familia patriarcal, que se sustenta en el espíritu católico, apostólico y romano se reproduce el machismo como elemento natural de la vida cuotidiana y en la familia burguesa, signada por la preeminencia de las relaciones económicas, de igual manera. De tal forma que, estructuralmente, no podremos cambiar mientras no tengamos una visión crítica de la familia tradicional ecuatoriana.


La relación con libertad de la pareja, sin condiciones, ni subordinación, con autonomía intelectual y soberanía sexual, es una aspiración que, estando en la base de una verdadera revolución, cambiaría de verdad el ambiente “municipal y espeso” de estas batallas ético-morales que huelen tan mal.


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