Si hubiéramos perdido el conocimiento o estuviéramos embriagados de poder y suficiencia, lo menos que se podría esperar es que la universidad que expidió un título académico a la persona que habla de la “ciudadanización de las leyes” fuera rebajada de categoría. Haga un esfuerzo, pequeñito, y se dará cuenta que con el dominio que usted tenga de idioma “ciudadanizar” parece significar “hacer ciudadanos”.
¿Será que las leyes van a recibir una cédula de identidad? Y ahora recuerdo las declaraciones de una alta autoridad que todavía anda por ahí repartiendo sabiduría cuando el problema de los taromenames se defendió diciendo que ni siquiera tenían cédula. Ya me imagino a funcionarios del Registro Civil durmiendo en hamacas tendidas entre dos árboles y siguiendo el deambular de la tribu por la selva cerrada con sus niños ya nacidos y otros todavía por nacer para cedularlos.
Pero eso nunca lo entendieron los príncipes españoles de hace 500 años y tampoco lo entienden sus herederos criollos de hoy día, que a más de señores también se creen misioneros evangelizadores. Satanizaron el término aborigen porque quieren borrarlos del mapa para entrar a saco por todas las tierras, que otros intrusos, ellos sí, anhelan apoderarse. Entre los pueblos aborígenes, indígenas o ancestrales no existe la noción de propiedad de la tierra -esos intrusos y sus protectores dicen venerar a Nelson Mandela, pero no han aprendido nada.
Aborigen quiere decir que están allí desde el principio, desde antes que se inventen registros catastrales ni títulos de propiedad. Y como no hay linderos naturales, ahora se encuentran en tierras ocupadas por seres humanos en el suroriente ecuatoriano. Qué descaro y soberbia de las autoridades que a los aborígenes ahora les acusan de ocupar tierras ajenas.
Son 500 años de conquista que no termina. Ya no entran con espada y caballos, ahora es con retroexcavadoras particulares y fusiles del gobierno. El procedimiento salvaje es el mismo en la selva perdida o en las laderas del Monte Sinaí.