‘O servum pecus’

Eugenio Espejo, en su ‘Defensa de los Curas de Riobamba’, se refiere a la “imbecilidad política, nacida del abatimiento y pobreza, semejante a la que con la más villana adulación, manifestaba el senado a presencia de Tiberio, que conocedor cruel de ella, por ella le despreciaba con estas insultantes palabras: O servum pecus!”. Esta expresión latina significa ‘Oh rebaño servil’ y es parte de un verso de Horacio; pero el Precursor se confunde, pues Tiberio, según Tácito, más bien exclamaba: “O homines ad servitutem paratos”, en castellano, “Oh hombres, siempre dispuestos a la servidumbre”. Frase esta última copiada por Manuel J. Calle, al igual que varias escenas, en su obra ‘Leyendas del Tiempo Heroico’, y puesta en boca de Manuela Cañizares, como es archisabido.


Tiberio despreciaba a sus aduladores, los trataba con insolente desdén, pues sabía muy bien que para allanarse a cualquiera de sus caprichos habían ya renunciado a su dignidad, no solo de senadores sino de hombres. Recordemos que en Roma existían dos clases sociales, los patricios y los plebeyos; entre los primeros descollaban los miembros de las familias senatoriales. Estos, durante la República, trataban de conservar intactas las virtudes de sus antepasados, con las tristes excepciones de siempre. Entre esas virtudes se hallaba la “pietas”, el acatamiento debido a las autoridades, pero sin servilismo ni indignidad y sin la venta de la conciencia por premios en metálico o en honores.


Entre quienes trataron de defender la legalidad en época republicana recordamos a 80 senadores condenados a muerte por Lucio Cornelio Sila por no votar a favor de concederle la dictadura indefinida, contraria no solo a la ley romana sino a sus tradiciones más hondas y sentidas. Los otros lo apoyaron, se libraron de la muerte, pero inscribieron sus nombres en el libro de los abyectos lacayos de la Historia. Con esta medida los senadores dispuestos a servir abrieron la puerta a la defunción de la República. No se dieron cuenta de la trascendencia de su claudicación. Pero la historia se repite y ya doblan las campanas.


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