Signos ominosos

En apariencia las nuevas normas sobre la cédula de identidad y el proyecto reiterativo sobre la herencia no tienen relación, pero no es así. Ambos son signos tremendos de un proyecto catastrófico: acabar con la familia. La historia antigua y reciente nos enseña que el primer paso para la disolución de la forma de vida de un pueblo es la corrupción de la familia; en el siglo XX, cuando el Estado Minotauro se apropió del poder, lo hizo para reemplazarla y dominar de manera total a los individuos y despersonalizarlos.


Primer signo de descomposición: eliminar los nombres de los padres de la cédula, así, poco a poco, se introduce la idea del individuo sin pasado y sin raíces, en consecuencia sin sentido vital. El Estado se encargará de dárselo a la fuerza, por todos los medios a su alcance. El individuo pasará aparentemente a construirse a sí mismo, en la realidad lo construirá el poder estatal.


Segundo signo: la desaparición de la propiedad heredada o su disminución drástica; se dice que el propósito tiende a disminuir diferencias, pero en el fondo se ataca un elemento básico de la continuidad del pueblo: los bienes heredados no solo son hitos tangibles de una historia familiar, sino que deben servir de base para un progreso futuro.


Dice Dalmacio Negro: “Se trata de una institución (la familia) que no mira aquí tanto al pasado como al porvenir, por lo que en ella la descendencia desempeña un papel fundamental: anima a los padres a sacrificarse por los hijos y descendientes y fomenta la responsabilidad y el espíritu y el hábito de servicio. De ello surge de manera natural, junto a la iniciativa para mejorar el estatus familiar, el espíritu de ahorro y, simultáneamente, una especial consideración de la propiedad en tanto apoyo material de la institución y garantía de su continuidad, sin contar la posibilidad que da de defender con éxito la libertad frente al poder, como percibió tan bien la Edad Moderna”.
No solo está en juego la esencia del pueblo sino la capacidad de resistencia frente al poder estatal omnímodo. Así de simple.


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