Los reyes magos

El embrujo navideño aparece en medio de un panorama sombrío de desigualdad, desmadre y pobreza, con tres reyes magos inusitados: Guillermo Lasso, Leonidas Iza y el procurador Iñigo Salvador. Uno que parece cargar oro, llevar zapatos rojos y enfrentar la peste como ruta al firmamento, cual astro lejano. Él interpretó la hechicería llamada Ómicron a su manera. Confundido por aglomeraciones de gente, pésimos consejeros, la contención repetida de taludes, deslaves y socavones mineros, armó su regalo más notorio: hacer obligatoria la vacunación contra el coronavirus. Se sacudió y subió 25 centavos el salario básico y le declaró al demonio Iza ‘anarquista’ hasta que ‘terminen sus huesos en la cárcel’ porque, según cuenta, aquel ‘odia la democracia’.

El segundo rey, bajo el paroxismo chileno, el efecto de contagio zurdo continental y el triunfo de Gabriel Boric, organizó la fiesta del consumo aparte; claro, con la misma intensidad deformada de la justicia indígena y sus caprichos necios de monarca autoritario; y el juego hechicero de planta de ortiga para eliminar toxinas. Dispuso cerca del Lago San Pablo, al pie del volcán Imbabura, un pase del Niño Dios para asambleístas desobedientes. Un sendero trazado para el comunismo indoamericano; eso sí, por la mitad de la cueva entre Conaie y Pachakutik. Con olor a incienso y humo de llanta quemada en las calles de Quito por viejas revueltas de un octubre 2019; encendió la mecha con gesto amenazante y le deseó buenas pascuas al gobernante de todos.

El tercer rey parece llevar la mirra entre perfumes y ungüentos. Un procurador del Estado que usa la misma sustancia de la antigua Arabia y Etiopía para embalsamar cadáveres. Esta vez, no fue Baltasar siguiendo la estrella sino la Corte Internacional de los Derechos Humanos y el anuncio de Iñigo Salvador para indemnizar al diario El Universo y al columnista Emilio Palacio. Un proceso judicial añejo que momificó a Rafael Correa cual violador universal de la libertad de expresión y de prensa. 

Una atmósfera de espiritualidad propicia como cuando Artabán, el personaje del cuento de Henry van Dyke, describe al cuarto rey. Tal vez un Jorge ‘El Mago’ Chérrez que, con suspicacia y cinismo, desapareció las inversiones del Isspol (Seguridad de la Policía). Nunca dio de comer a hambrientos, ni curó enfermos como dice el relato y demás prodigios del mesías. Por acá, ladronzuelo mísero. Esta trama concluye: huida, pérdida y el cautiverio. Ahí, nace el recogimiento, reflexión y profundo arrepentimiento.

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