El veneno de la rosa

El veneno  de la rosa
Conocí los escritos de Umberto Eco allá por 1971; en Santiago de Chile un sabio maestro me regaló su ‘Opera aperta’.

Conocí los escritos de Umberto Eco allá por 1971; en Santiago de Chile un sabio maestro me regaló su ‘Opera aperta’. Años más tarde leí ‘El nombre de la rosa’ y quedé golpeado por la capacidad de tergiversar la realidad con tanto desparpajo. Me preguntaba cómo un estudioso de océanica erudición, con conocimientos excepcionales sobre la Edad Media, había pintado un cuadro tan alejado de la verdad histórica (de la película homónima mejor no hablar, el propio Eco la desautorizó con énfasis).


La respuesta me llegó de Vittorio Messori, periodista excepcional: a él le confesó Eco que al escribir su futuro best seller buscaba publicar un libro “lo más venenoso posible” contra la fe católica, que con ello quería “asesinar a un cura” aunque fuese de manera simbólica. Por eso se admiraba de que una prestigiosa universidad católica de los EE.UU. le diera un doctorado honoris causa, y con ironía amarga declaraba: “Estos curas o son masoquistas o no ha entendido nada de mi novela”.


Creo que en muchos ambientes, católicos o no, solo se percibió la cáscara de la novela; ni se ahondó en su complejo alegato nominalista, ni se reconoció el auténtico mosaico bizantino de sus alusiones, referencias crípticas, citas sin comillas (novela, téngase en cuenta) que convierten su lectura en un trabajo de Hércules, no por nada Eco la definió como “un libro hecho de libros”. Pero los lectores se lanzaron a las alabanzas corales, entusiastas, hasta serviles: mientras menos lo entendieron, más lo ensalzaron.


Un crítico resumió con maestría las trampas epistemológicas de esa rosa envenenada: “[…] una evidente falsificación histórica, […] libro costruido con espejos deformantes en serie sistemática, para descrédito y burla (aunque hace reír tan poco) de todos los valores de la Iglesia, de la religión, de la ética, de la civilización y de la vida”. Para los sabios con educación de establo será aceptable ese reduccionismo nihilista, ese quitar valor a todo, ese confesar que dentro del relumbrante edificio de cartón nada vale ni nada permanece. Para los que amamos la vida con sentido, no.


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