La Semana Santa ayer y hoy

Nos encontramos en la Semana Santa y ello trae a la memoria no solo su sentido profundo, sino como se conmemoraban en el Quito de las primeras décadas del siglo XX. Las celebraciones cercanas a la Pascua se daban en las primeras horas de la mañana y el Jueves y Viernes Santos quedaban para el ejercicio de las devociones particulares de los fieles.


El Santísimo Sacramenteohabía quedado reservado en lo que la tradición popular llamaba ‘el Monumento’ en la capilla especialmente adornada para ello, que visitaban las familias durante todo el día. La madre había quizá participado en la misa muy temprano, para luego recorrer con sus hijos, vestidos de fiesta, las diversas iglesias.


Había que visitar siete de ellas y en las mismas adorar la presencia de Cristo en el Sacramento del altar. Los adornos evocaban aspectos diversos de la pasión para inspirar la devoción de los fieles y en cada iglesia se trataba de hacerlo de la mejor forma. Era una especie de concurso que la prensa evocaba al día siguiente.


El Viernes Santo se desarrollaba los actos propios de la devoción popular –que por cierto tiene gran valor que se confirma en la experiencia- la procesión con las imágenes propias de la escuela quiteña, el Señor cargando la cruz y las que representan los diversos pasos de la vía dolorosa.


Por la tarde ‘Las Siete Palabras’, desde aquella: “Padre perdónales, porque no saben lo que hacen”, hasta concluir con “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”, que Cristo pronuncia en hebreo, grito de la soledad total y la entrega suprema por nuestra redención.


Todo ello ha cambiado y se ha profundizado luego de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Los hechos han vuelto a colocarse en las horas en que se dieron y es la presencia de concurrentes es mucho mayor en los ritos del Viernes Santo: la adoración de la cruz y la comunión con las sagradas formas reservadas desde la víspera.


La Vigilia Pascual que se inicia el Sábado Santo ha vuelto a su antiguo esplendor, iniciándose, luego de la procesión con las luces, con el cántico del pregón pascual en el que escuchamos la dramática frase “feliz culpa que nos mereció tal Redentor”.


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