Democracia sentimental

Todos los estudiosos de las ciencias sociales están de acuerdo con que el nivel de reflexión política en los países democráticos llega a niveles ínfimos, se ha constatado en Inglaterra, España, Estados Unidos, para citar tan solo sociedades avanzadas en lo económico y, supuestamente, en lo cultural. Y podría citar otras. La falta de análisis y de rigor en la apreciación de los asuntos políticos, eso llamado por los romanos la res publica, puede deberse en ciertos casos a simple y pedestre interés. Los votos-rechazo por exceso en los impuestos tienen mucho de justificación cuando el Estado se ha convertido en depredador y el contribuyente se siente totalmente indefenso frente a oficinas de impuestos inexpugnables, las cuales jamás dan la razón al sufrido ciudadano. Sucede en muchos países, de allí el afán de “salvar los muebles” con una cuentita fuera de las fronteras o un departamentito cerca del río Dijle.


Los votantes también pueden hacer caso omiso del raciocionio por antipatías viscerales, nacidas no se sabe por qué razón, tema este para sesudos análisis de psicólogos sociales. A lo mejor el candidato se parece a un antiguo vecino prepotente y grosero o a un profesor injusto. Esa antipatía quizás tiene un origen contrario: se vota por un candidato porque ataca a quienes consideramos nuestros rivales o enemigos.


No debemos dejar de lado en este repaso a quienes votan por mero sentimiento. Recuerdo a una señora muy respetable, partidaria de un candidato por sus “lindos ojos verdes”, materia también para estudios psicológicos con ramificaciones insospechadas. El sentimentalismo abotaga el sentido crítico más elemental (“Qué tiene mi hija de feo, que no lo veo”), pero en política es desastrozo, pues llega al extremo de violar las normas básicas de cualquier democracia operante. Los sentimentales olvidan el beneficio ineludible, a corto y a largo plazo, de la alternabilidad y de la responsabilidad. Por sus afectos adolescentes regresan a etapas arcaicas de la vida política: la proclamación del jefe a gritos por cualidades adjetivas.


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