Pura vanidad

Jorge Oviedo Rueda

Se acaba el plazo legal para la inscripción de candidaturas. Las frutas en el Ecuador comenzaron a moverse antes de tiempo. La previa, como dicen los periodistas deportivos, giró alrededor de las alianzas. Juego de avivatos, en el que ni un mago, ni un Premio Nobel de Química, hubiera podido hacer tantas insólitas fusiones.


Claro que no hay razones para la admiración. Los que ya pintamos canas hemos venido presenciando este triste espectáculo durante toda la vida. Con poquísimas excepciones, parece que las elecciones son una competencia desesperada de lo más representativo de la mediocridad nacional. Todos gritan, todos insultan, todos se echan la culpa de lo que pasa; ninguno propone nada y, si alguno lo hace, recurre a viejas fórmulas que ya fracasaron. En el fondo mienten, juegan con el destino del pueblo.


Es que ahora la política es cosa de mercaderes, lucrativo negocio. El Estado es su fin. Seguimos, en chiquito, el ejemplo del imperio, en el que un cirquero irresponsable compite con una dama hipócrita.


Nosotros también, en una alucinante fiesta de vanidades, queremos demostrar que estamos a la altura del primer mundo.


Porque lo que mueve a nuestros candidatos es la vanidad. Vanidad es que un Dalo Bucaram quiera ser presidente cuando su único mérito es ser hijo del “Loco”; o que Cynthia Viteri quiera serlo, solo porque su mentor le sopló a la oreja que era la mejor, o que Lenín lo pretenda cuando su mérito mayor como político es ser parte del engranaje de AP o que Paco Moncayo use la hipócrita vanidad de la sensatez para decir que puede salvar al país. Pura vanidad, la peor de todas, que es la de la mediocridad. No hay un político que revolucione este estado.


¿Tendremos que morirnos para que aparezca?


[email protected]