Curiosidad y periodismo

Roque Rivas Zambrano

Einstein solía decir “no tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso”. Uno de los físicos más famosos de la historia, cuyas teorías resultaron claves para el desarrollo de aplicaciones e inventos modernos como el GPS o el Láser, era considerado en la escuela un niño distraído que, incluso, hacía preguntas tontas.


En la secundaria, Einstein se aburría y prefería estar en el taller de electricidad de su padre. Le apasionaba el tema de la energía, un elemento intangible capaz de generar movimiento y de provocar transformaciones. Fue esa pasión, la necesidad de saber más, de indagar, lo que lo convirtieron en un genio que revolucionó el mundo de la ciencia.


A esa pasión Einstein le llamaba curiosidad: una capacidad natural, en los seres humanos y en los animales, que los empuja a descubrir cosas que desconocen.


En mis clases de periodismo, me pregunto qué es lo que está sucediendo con ese instinto en las nuevas generaciones. La mayoría de estudiantes pasa enfrascada en un mundo digital, paralelo a la realidad. Caminan, comen, socializan, sin despegarse del celular. No saben de calles, de sus vecinos, de lo que sucede en el barrio.


La curiosidad es la herramienta más poderosa de un reportero. Las mejores noticias, reportajes, crónicas son resultado de que un periodista haya “metido las narices donde no lo llamaron”, o que haya rastreado el trasfondo de un hecho que el poder pretendía mantener oculto.


Leila Guerriero, escritora argentina, dijo en una entrevista: “Sin curiosidad, un periodista no va a ninguna parte… Si no pregunta, no investiga ni quiere saber, difícilmente se puede tratar de un periodista”. Concuerdo con ella: abundan los burócratas de la información y es urgente volver a los instintos, sobre todo a la infalible curiosidad.


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