La fuerza devastadora de la violencia

Jaime Vintimilla

El mundo enfrenta una oleada de conflictos de gran calado donde la violencia estructural ha mostrado su peor apariencia. En el caso del Ecuador existen hechos execrables y cifras alarmantes que prueban, en palabras de Galtung, la presencia de violencia directa, cultural y sistémica, pues se advierten algunos episodios donde sobresalen actitudes o comportamientos que constituyen una flagrante violación o una privación insostenible al ciudadano de aspectos esenciales para su trascendencia como la integridad (física, psíquica o moral) o los derechos y libertades.


Por otra parte, las cifras de violencia intrafamiliar han sido altamente preocupantes, ya que durante los últimos años se ha mantenido una tasa que bordea entre los 6 y 7 casos de mujeres que son víctimas de violencia en cada 10 familias, es decir, en el país la violencia constituye una actitud y un lenguaje que debe ser combatida, erradicada y sancionada por cuanto es un flagelo que vulnera derechos, desorienta a la ciudadanía y degrada al ser humano.


Dentro de esta lacerante realidad, hay que añadir los últimos casos de violencia acaecidos en Morona Santiago, donde el gobierno ha omitido por completo el respeto de algunos derechos constitucionales de los pueblos y nacionalidades indígenas, tal es el caso de la consulta previa, la limitación de actividades militares y la consideración de su cultura para resolver los conflictos a la luz de los Derechos humanos y no de la represión. HNo es dable que la violencia sea el mecanismo para resolver conflictos socioambientales y políticos, pues al contrario, complica todas las relaciones y pone en duda la vigencia de un estado constitucional de derechos y justicia que tiene como uno de sus pilares el pluralismo jurídico y el derecho de los ciudadanos.


Si se anhela resolver estos conflictos es necesario construir nuevas relaciones ciudadanas que se basen en la cooperación, la colaboración, el respeto de los derechos, la empatía y la generación de condiciones de un verdadero diálogo que genere confianza social que, a su vez, permita debatir las diferencias.


Es deber de todos construir una cultura de paz.


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