¿De qué nos sirve?

Jorge Oviedo Rueda

Nunca mejor para verle las costuras al correísmo que cuando le estalla en la cara un conflicto con alguna de las nacionalidades originarias de nuestro territorio. La sevicia racial sigue siendo un elemento poderoso en nuestras relaciones personales y colectivas.

Como este de Nankints. Armas, municiones, tanquetas, personal, recursos para defender lo que el régimen llama el “interés común” de la nación en contra del “interés particular” de un pequeño grupo humano que se niega a dejar su forma de vida.


Detrás del “interés común” se esconde el estilo de vida en vigencia, superficial, deslumbrante, incompatible con la sencillez y el amor a las cosas y cuyo requisito para satisfacerla es la existencia de una matriz industrializada y extractivista. Los defensores de este estilo de vida, desde su surgimiento, jamás se han detenido a reflexionar sobre sus consecuencias. Al resultado de este proceso se le llama civilización.


El “interés particular” es la defensa de otro estilo de vida que se cimenta en el estar y no en el querer ser. Es la esencia del Sumak Kawsay. Con una matriz productiva sustentada en la tierra, la vida del conjunto se organiza de otra manera. El consumo ocioso desaparece, la suntuosidad y superficialidad de la vida adquieren la dimensión de lo real. El ser humano comienza a encontrar su centro y el caos absurdo del consumismo se extingue.


Esas dos mentalidades están ahora enfrentadas en Nankints. La de un mandatario entregado al extractivismo y la de un pueblo originario que pide ayuda para salvar su forma de vida y no para destruirla.


¿De qué nos sirve ser plurinacionales y multiculturales si el mandatario que nos representa no entiende, neuronalmente, la diferencia entre el Sumak Kawsay nativo y el Buen Vivir occidental?


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