Los rostros…

Roque Rivas Zambrano

En una revisión de trabajos periodísticos me di cuenta, con profundo pesar, que seguimos incurriendo en los mismos errores. Se piensa que la investigación es sinónimo de cifras amontonadas, datos técnicos y palabras complicadas. Las historias de la gente están completamente ausentes en los “temas fuertes”.


Es probable que aún no se haya reparado en la trascendencia del testimonio como género, en su poder para transmitir los hechos, ni en la capacidad para conmover a los lectores, que se identifican con los relatos.


Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura 2015, ha encontrado en el testimonio la herramienta perfecta para que los protagonistas hablen por sí mismos. Su libro ‘Las voces de Chernóbil’ (1997) es una evidencia. En él se recogen los relatos de personas aquejadas por la catástrofe nuclear. Alexievich presenta la gravedad de los hechos históricos: lo que sucedió con el reactor, el desenlace, los países afectados, responsables, sanciones. Y, luego, una serie de monólogos de personas cuya vida cambió radicalmente a partir de este evento. Para Alexievich, “se necesita una literatura que vaya más allá de la literatura. Es el testigo quien debe hablar”.


Esta estrategia es empleada también por Martín Caparros, quien viajó por África, Asia y América para retratar uno de los problemas más grandes del planeta: el hambre. Quería contar la vida de individuos que reflejen la realidad de casi novecientos millones de habitantes que no comen lo suficiente.


La gente se vincula a través de los relatos. En Facebook, en cuestión de días, más de 20 mil mujeres contaron sus experiencias de violencia de género bajo el hashtag #PrimerAcoso. Esto solo demuestra que, como periodistas, tenemos que volver a contar, a dar voz, a dibujar rostros con palabras.


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