Yo soy santo


CARLOS TRUJILLO SIERRA


Santo podemos reemplazar por iluminado, justo, misericordioso, pero quedémonos con santo -más genérico, más inclusivo y más constatable. Santo en oposición a malo, a perverso. Al decir soy santo, estoy pública y contrastadamente proclamando -no solo declarando- mi pecado de orgullo, y para los de convicciones religiosas arraigadas, ese es uno de los peores pecados.


Parecería que en nuestro medio y en esta década que se acabó hace unos meses, a más de supeditar a Montesquieu y su separación de poderes -porque sus palabras no estaban escritas en piedra- también se traspapeló al exigente apóstol Pablo. Antes cuando ponía más atención en ciertos asuntos, hoy abandonados, recuerdo que el Papa de Roma terminaba sus comunicaciones firmando como el “siervo de los siervos de Dios”. Un absurdo que un pecado constante haya pasado desadvertido entre medios supuestamente cristianos y religiosos, absurdo que palabras llenas de orgullo, (ríspidas, irritantes, hasta groseras) se quieran colocar por encima de la humildad papal.


La semana pasada insinuaba que la educación debía salir de las manos (garras, en algunos casos) del Gobierno. De cualquier gobierno. La educación es un proceso demasiado vital para que caiga bajo la dirección de mentes ávidas de poder y de adoración. En nuestro país había el Consejo Nacional de Educación, se invisibilizó o llegó a desaparecer. Nosotros, ahora seguimos renegando de nuestro pasado -triste y glorioso a la vez. Posiblemente en el Paraguay, se recuerda y agradece más a Emilio Uzcátegui, el esclarecido maestro que brilló en América y que nos dejó la “Pedagogía Científica”, texto de formación integral para los maestros, lejos de todo fanatismo y orgullosamente laico. (A los 100 años de Alfaro, Sixto comenzó a carcomer la educación laica en nuestro país)



[email protected]