¿Tiene sentido la democracia?

Jaime Vintimilla

Al advertir la desoladora experiencia venezolana, al mirar con estupor el desmesurado crecimiento mundial de la intolerancia y ante la relativa cooperación internacional para resolver conflictos que carcomen la estabilidad mundial y el mínimo respeto por los Derechos Humanos, considero que debemos generar cambios no solamente en el liderazgo universal sino en la influencia positiva que cada ser humano debe insuflar en su respectiva comunidad.


En este sentido, constituye la democracia un derecho humano, es una filosofía de vida o sencillamente se reduce a un mecanismo para escoger autoridades, a quienes se les delega todas las facultades para que decidan libremente, ya que encarnan la soberanía misma. Digo esto, porque sorprende la manera como se desnaturalizan instituciones, asusta la forma execrable de violar derechos y enerva la defensa impúdica de cualquier decisión autoritaria sobre la base del mero hecho que los decisores han sido elegidos democráticamente.


En este sentido, surge una pregunta, ¿debe prevalecer el respeto de los derechos al estilo de una democracia constitucional o basta que la mayoría deje de lado a las minorías gracias a profesar el credo de una democracia populista que hace de la ‘igualdad impuesta por decreto’ su negocio estelar?


La respuesta parecería obvia, pero hay dos elementos que nos permitirán descubrir qué tipo de democracia anhelamos, pues resultan ser cruciales para desterrar la violencia usada casi como política pública y evitar la manipulación de las instituciones, herramienta esencial de las tiranías. En primer lugar, hace falta generar una cultura democrática, para ello es menester que los ciudadanos valoren la importancia de la Constitución como factor preponderante para el respeto de los derechos, así el clientelismo debe ser desterrado del todo. Por otro lado, sin legalidad no hay ni libertad ni igualdad, pues somos presas de una juridicidad domeñada que conspira cotidianamente contra los derechos gracias al discurso de su defensa. El fenómeno peligroso que nos azota y debe derrotarse es obtener legalmente el poder para luego entregarlo a un tirano que se olvida del Derecho.