Zapatos al cuello

Daniel Marquez Soares

Cuando Brasil abolió la esclavitud en 1888, los antiguos esclavos se vieron, de repente, en el derecho de comprar lo que les diera la gana. Uno de los principales bienes que hasta entonces les habían sido negados eran los zapatos; los esclavos solían, por lo general, andar descalzos o con algún tipo de calzado primitivo, mientras que el tradicional zapato, cerrado y elegante, estaba reservado para los hombres libres. Por ello, apenas pudieron hacerlo, los liberados corrieron a comprarse zapatos.

Curiosamente, varios viajeros y cronistas de la época cuentan cómo muchos antiguos esclavos andaban por la calle descalzos, pero con los zapatos, atados por los cordones, colgados al cuello. Lo que sucedía era que estos, buscando aprovechar su nueva conquista a como diera lugar, compraban zapatos para demostrar que eran hombres libres. No obstante, al cabo de poco tiempo se daban cuenta de que los zapatos les resultaban incómodos y que preferían andar descalzos, tal y como lo habían hecho siempre. Podían haberse deshecho del recién adquirido calzado, pero eso hubiese implicado aceptar que se habían equivocado y derrochado dinero innecesariamente. Por eso, para evitar el bochorno y para, de paso, dejarle en claro al mundo que ya eran hombres con derecho a hacer lo que les plazca, llevaban los zapatos al cuello.

Nuestros educadores, políticos y legisladores llevan más de una década comprando zapatos y colgándolos en el cuello. Desde que nos consideramos altivos y soberanos, hemos desarrollado una obsesión por apropiarnos de las mismas políticas, discusiones y preocupaciones de esos lugares que antes se creían nuestros superiores. Al igual que los esclavos liberados, queremos adquirir a como dé lugar de esos temas de nuestros antiguos patrones para sentirnos también civilizados y dueños del derecho a definir nuestra propia agenda (aunque esa agenda termine siempre siendo, patéticamente, la misma de nuestros viejos amos).

Por eso compramos los debates sobre género, bullying, interculturalidad, femicidio, posverdad, derechos de la naturaleza, buen vivir y demás modas ajenas. No nos sirven y nos cuestan mucho, pero queremos colgárnoslos del cuello para intentar dejar de ser lo que somos.

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