Narrativa queer: los adjetivos que ‘califican’ la diversidad del deseo

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Por Pedro Artieda Santacruz

El poder y las exclusiones sexuales y de género.

Una amplia terminología condenatoria ha sido utilizada durante siglos para referirse a las personas sexualmente diversas. Un léxico proveniente de las instancias de poder. Una gramática que se amplió a partir de las últimas décadas del siglo XIX, desde que la homosexualidad se constituyó en una categoría psiquiátrica. Bien lo explica Michel Foucault en ‘Historia de la sexualidad 1-la voluntad del saber’, al analizar cómo los Estados capitalistas sometieron a los cuerpos (“Bio-poder”).

Las grandes ficciones latinoamericanas del siglo XIX, muestran, por ejemplo, la hegemonía del amor heterosexual cuando las naciones buscaban afianzarse. Impensable, entonces, una publicación de amor diverso. Adrián Melo, a través de ‘Historia de la literatura gay en Argentina’, considera que estas ficciones funcionaron como “novelas de educación política y sexual”.

Sostiene que durante el siglo XX, la figura del homosexual aparece como una metáfora “del sexo anómalo y peligro, del sexo…asociado a la idea del fin de una comunidad…de la imposibilidad de hacer prosperar un proyecto de nación”.

Importante añadir que el discurso judeocristiano, que siglos atrás ya había instaurado un término para condenar el “pecado nefando”: Sodomía, constituía un eje transversal. Así, en medio de este panorama de supuestas anomalías, improductividad, ilegalidad y pecado, los autores ecuatorianos se hacen eco de la homofobia oficial. Una suerte de diálogo e intercambio lingüístico plantean.

Desde el principio fue el vicio

Con ‘Un hombre muerto a puntapiés’ (1927), Pablo Palacio propone el primer registro con temática homosexual. El detective preocupado por investigar por qué se mató al protagonista de la historia, Octavio Ramírez, se obsesiona por saber qué clase de “vicio” tenía el difunto tras leer el Diario de la Tarde:

“Lo único que pudo saberse por un dato accidental, es que el difunto era vicioso”. Desde entonces, se enraíza este término como un destino lapidario.

Una novela paradigmática, publicada en 1963, aunque escrita entre 1929 y 1959, en el se construye una escalera de adjetivos, también condenatorios, es ‘¿Por qué Jesús no vuelve?’ de Benjamín Carrión: “…elegante depravado…”, dice la voz narradora sobre su principal personaje homosexual, Enrique Santa Cruz. Y se suman “tahúr afeminado”, “maricón”, “sodomita”. Dos expresiones adicionales son muy significativas: “Inversión sexual”, convertida en una suerte de marca en el texto, cuyo origen se encuentra en la psiquiatría del siglo XIX; e “intersexualidad”, sorpresiva palabra que nada tiene que ver con el tema. En realidad se refiere a quienes presentan características biológicas de ambos sexos que también la medicina ha insistido en patologizar. El Proyecto Transgénero, de Ecuador, afirma que se trata de los “cuerpos del medio” lo cual demuestra que “no existen dos ‘sexos biológicos’ sino un espectro sexual”.

La literatura bien escenifica cómo querer nombrar y categorizar las diferencias, ha constituido un gran problema. Sobre todo porque el lenguaje, a partir de las clasificaciones sexuales, se ha utilizado para excluir. Por ello, en su gran momento de reivindicación (1969, Stonewall, New York), los movimientos homosexuales estadounidenses asumieron otra palabra para simbolizar su condición: “Gay”. El término homosexual se había satanizado, a pesar de que su creador, el activista vienés Karl-Maria Kertbeny , lo impulsara positivamente cien años antes (1869) también con fines políticos.

Volviendo a la ficción, es necesario destacar el corto relato ‘Al subir el aguaje’ (1930), de Joaquín Gallegos Lara, cuyos personajes son dos montubios, Cuchucho y Zoila. Su léxico condena esta vez el deseo lésbico: “¡Voj eres tortillera!”, acusa el campesino a la protagonista. Y la voz narradora, también desde una postura homófoba dice: “…la marimacho hizo saltar al estero el rabón de Cuchucho”.

Es necesario reflexionar igualmente en cómo es apodada la campesina: “Manflor”, término utilizado hasta mediados del siglo XX para señalar a los homosexuales afeminados en Argentina. En su cuento ‘Cara E´Santo’ (1953), Rafael Díaz Ycaza, asocia, por su parte, homosexualidad con “corrupción a muchos jóvenes”. En otro corto relato, ‘Hombre fiera’ (1992), animaliza, en cambio, a su protagonista transgénero cuyo fin, al igual que en Cara E´Santo, es el suicidio: “Que a nadie sorprenda, que ese hombre que aullaba por las noches…que lloraba a veces por esa horrible equivocación de sentirse hembra siendo macho, de sentirse burra siendo burro, se haya suicidado”.

En el cuento ‘Los señores vencen’ (1968), Pedro Jorge Vera amplía la gama lexical. La voz más condenatoria es la del padre del protagonista, Rafael, que opta, asimismo, por el suicidio. El progenitor dice: “Maricón nauseabundo, ficha de burdel”. Y la homofobia interna del suicida escribe: “Enfermo, sin remedio, debo partir…mi drama nauseabundo…si sentiste asco de mi perversión.” El narrador omnisciente resalta: “Y de pronto la carta maldita le revelaba que el hijo…era un monstruito repugnante”.

‘Angelote amor mío’, de Javier Vásconez (1982), muestra también su léxico a través de otro difunto, Jacinto: “Sodomita empedernido”, “vicioso”,” maricón”. E incluye el término “ángel”, del cual también se sirvió Carrión: “Enrique Santa Cruz fue la transubstanciación diabólica. Ángel alucinado y fatal…”.

Carrión, Váscónez y luego Yvonne Zúñiga (1998) en Exhumación dialogan con el discurso bíblico. “Ese ángel o demonio”, dice el protagonista de Zúñiga, un sacerdote atrapado por un adolescente. “Demonio de Ángel, has convertido tu vida en una reliquia de vicios” (Vásconez).

Otra marca para el deseo lésbico viene de Jorge Dávila. En ‘Nuncamor’ (1984) señala: “Y ves un…un rostro inocente, y tras esa apariencia de niña buena, la perversión.” Autores como Lucrecia Maldonado también presentan este tipo de adjetivaciones: “Es marica, hija…”, anota en su cuento ‘Ni sombra de lo que eras’, cuando uno de sus personajes critica a Roxana, protagonista trans.

La gramática entra en metamorfosis

Los léxicos van cambiando. Sobre todo a partir del siglo XXI. Cambios de fondo y forma. El amor diverso empieza a naturalizarse. Hay términos negativos que se resignifican: “…sé que esto te va a sonar bien maricón (dice Fernando a Miguel en ‘Salvo el Calvari’o de Maldonado, 2005), pero necesito decírtelo: te quiero mucho, Fernando, y te extraño bastantísimo”. La palabra maricón es vinculada con un acto de amor. Toma un nuevo sentido. Hay mucho más qué decir sobre esta narrativa, llamada también “queer” por resistirse al poder. Y entre los cambios lexicales se encuentran las alteraciones gramaticales, la presencia de neologismos, necesarios para aquello que excede a la regla. Marcelo Báez, propone la palabra ‘Elella’ (2013) para titular a su cuento cuya protagonista presenta una naturaleza entre lo femenino y masculino.

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Así, en medio de este panorama de supuestas anomalías, improductividad, ilegalidad y pecado, los autores ecuatorianos se hacen eco de la homofobia oficial”.

El poder y las exclusiones sexuales y de género
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