El titiritero se va

Ángel Polibio Chaves

Alguna vez, estimado lector, ha tenido la oportunidad de ver o puede imaginar el espectáculo de un teatrino de títeres después de una función, cuando se han apagado las luces, el público ya no está y el titiritero se ha ido­­­; seguramente ese recuerdo o escenario imaginado le provocará una especie de desilusión, sorpresa y pena, pues lo que hace pocos momentos era brillo, luces y personajes vibrantes, es ahora solamente un conjunto de cabezas unidas a los vestigios de los vestidos que cubrían el vacío de la existencia de esos seres que solamente viven en la medida en que el titiritero, su creador y amo, les infundía animación.

Sus cabezas caídas, recostadas en el filo de la mesa o en el fondo de un baúl, ya no tienen la soberbia que exhibían cuando estaban en el escenario; los acusadores que blandían sus índices con inusual energía contra aquellos que se atrevían a poner en duda la verdad oficial, ya no tienen vida; los jueces que luego del enérgico martillazo tornaban su mirada al amo en busca de su aprobación y complacencia, son solamente un despojo; los personajes que decidían qué leyes debían aprobarse cuando venían de palacio, apenas aparecen en un oscuro rincón; aquellos que castigaban en nombre de la ley, ley expedida por quien asumió todos los poderes, se proclaman sus simples ejecutores; quienes propiciaban la división entre los buenos que estaban con el “proyecto” y los que no compartíamos sus ideas, apelan al olvido o quizás al perdón.

Mientras tanto, el titiritero arma sus maletas, en las que no van sus personajes, pues ya no le son útiles y busca también en el olvido o en el engaño, en el que demostró su maestría, la posibilidad de retornar algún día para montar una vez más el espectáculo…