Ojalá sea un adiós

En la columna pasada escribí sobre la división que sufre Alianza PAIS tras los primeros 50 días del gobierno de Lenín. La división pasó a disputa pública cuando la indiscreción innata del expresidente salió a relucir en su Twitter. La única plataforma que le queda para desahogar toda esa rabia que lleva dentro. Acusó a su antiguo aliado, íntimo amigo, ‘hermano’ y compañero de lucha de deslealtad, traición y hasta mediocridad. No es sorprendente que lo haya dicho. Una persona con el ego tan inflamado y tan herido no puede decir menos que eso, y tampoco es sorprendente que las pocas sumisas devotas que tenía a su lado se hayan adherido a la denuncia indignada que sin el poder y el aparato mediático de antes solo queda en un berrinche.

Todos estamos seguros que tarde o temprano regresará, porque el anonimato le resulta insoportable, la falta de atención inaguantable y desde luego que él mismo se considera necesarísimo para que el país siga su curso, o continúe su debacle, pero con él. La pregunta es si cuando regrese encontrará en la vice presidencia a su eterno aliado Jorge Glas, por quien tantas veces dijo poner las manos al fuego. Esas manos que ya deberían andar chamuscadas de tan confiadas, de tan ingenuas. Si al regresar, los miles de simpatizantes llorarán de alegría, o caerán en la cuenta de que el país puede funcionar igual o mejor que con su caudillo. Quizás sin necesidad de irse ya le comenzó a molestar el silencio de sus antiguos colegas, cercanos a donde ahora está el poder. O la pérdida del juicio contra un periodista, debió herir su majestad, y prefirió ir lejos y lamerse las heridas en soledad.

Con honestidad, espero que este sea el último artículo que le dedique a su apocada personalidad. También nosotros debemos dejarlo marchar, pues no hay peor castigo para el ego que la indiferencia.