Contrato

Carlos Trujillo Sierra

Pienso, repienso, cavilo, me rebano los sesos y no entiendo por qué muchos de los mortales no reaccionamos más, no nos conturbamos, por qué no participamos más en el diario vivir, por qué dejamos que tanto sapo, prepotente, y amargado nos amargue la vida. ¿Por qué cuando el contrato firmado por las dos partes sigue en vigencia para el sapo (político) y no para la víctima (pueblo)? Nos aturden diciéndonos que el cambio se dará solo cuando el plazo se cumpla o cuando al iluminado le plazca.

Pensemos: cuando un contrato se rompe, está roto para las dos partes, por qué el vendedor debe entregar su producto si el comprador no quiere pagar por la mercancía. A ratos los afectados reclaman y dicen “sin ganancias no hay impuestos”. Y eso es en todo, también en la política y son tan audaces que hasta en la Constitución incluyeron el derecho a la resistencia (no se atrevieron a decir rebeldía), pero resistencia contra otro que no sea el tirano sentado, mañosamente, en el solio del poder. El tirano -en el Ecuador, en Venezuela, en Zimbabwe, en Corea del Norte-, dicen y no dicen tener el mismo discurso.

Si ayer dijeron negro, al día siguiente como verdad (inoxidable) dicen blanco, amenazan, le exigen que miles y miles de besamanos, besapies y otras anatomías griten: quédate, no te vayas, vuelve. Recordemos siempre y enseñemos: un contrato roto no te obliga a nada, no importa las exhortaciones de juristas serviles o de clubes internacionales diplomáticos. No vuelvas a soportar ninguna humillación, levanta la cabeza.

Mira a tu alrededor y conduélete del prójimo y, con derecho, culpa a la mala educación que te la arrojan cual piltrafa a un perro muerto de hambre. Me espeluzna -¿a tí no?- ver el noticiero en que rescatan las fuerzas policiales a la niña de 6 años que fue raptada a los 21 días de nacida y que su madre fue secuestrada, violada y separada de su hija cuando tenía 12 años. Todo eso pasó en los últimos 10 años. Reclama, relájate.

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