Aún queda por hacer

La nueva actitud del Presidente no es la esperada, y por eso es la correcta. Es claro que tanto él como su movimiento se hallan enfrentados a su propia contradicción, espantados frente al espejo, al borde del abismo al que tarde o temprano debían llegar. Correa quizás pensó que dejaba todo atado y bien atado, sentando en Carondelet a un maniquí que le guarde el puesto. Decía haber dejado la mesa servida, pero lo que en realidad había era una olla de grillos y sapos a punto de salir. Y quien tuvo el valor de abrirla fue Moreno, con una personalidad que nos dejó a todos sorprendidos.

Si bien se respira más confianza, incluso para opinar y alzar la voz. Y es cierto que el poder es menos opresivo, omnipresente y pesado, pero también que la máquina que hizo funcionar el correato estos 10 años sigue encendida. Obviamente la caída de Glas es un paso hacia el cambio (inminente porque aunque con el cargo, es un funcionario sin autoridad ni confianza, es más, sin funciones) pero no es suficiente. El Consejo de Participación Ciudadana es un fracaso y debe suprimirse. El nuevo gobierno debe sacarle la mano a la justicia, y brindarle autonomía a las otras instituciones del Estado, acabar con la reelección indefinida, revitalizar nuestra democracia momificada. Y optar por el sentido común, dejar de apoyar a Venezuela y a la cúpula sanguinaria de Maduro.

El país entenderá que la ilusión del milagro ecuatoriano terminó, y nos resta austeridad y sensatez administrativa. Hasta la oposición colabora cuando del otro lado hay alguien que escucha, valora criterios y actúa en consecuencia. El Presidente debería enseñar qué significa dialogar con sus propios asambleístas, acostumbrados a la sumisión. En fin, el camino es largo y aún queda por recorrer.