Trapecista sin red

Daniel Marquez Soares

El régimen de Rafael Correa fue el primero en la historia del país que tuvo los recursos y la sensatez de medir constantemente, de forma científica, los vaivenes de la opinión pública. Se analizaba el impacto en las cifras de aprobación de toda medida y de todo funcionario de calibre. Con los resultados, el Gobierno empleó certeramente los cientos de millones de dólares (en esa época todavía había dinero) que destinaba a propaganda. Para muchos fue eso, no los 300 mil millones de dólares en gasto público, lo que llevó al expresidente a convertirse en el mandatario más popular de nuestra historia.

Gran parte de la comunicación del Gobierno no estuvo destinada a promover obras ni a reforzar la imagen de sus cuadros, sino a mantener vivo el recuerdo del enemigo. Bajo el lema de “prohibido olvidar”, el Gobierno pasó una década desenterrando y trayendo a colación, una y otra vez, las fechorías de partidos y personajes que hace tiempo se habían desvanecido. Generaba y financiaba productos muy elaborados, desde spots sarcásticos hasta documentales enteros, destinados a atacar a todos aquellos que consideraba opositores. Sacarles trapos sucios del pasado, meterse con sus familias, ridiculizarlos, de todo se valía. A partir de ese recuerdo de la infamia, la propaganda buscaba recordarnos lo afortunados que éramos de contar con Rafael Correa.

Ese era nuestro Presidente, el hombre que ajustaba cuentas con los villanos del pasado y nos permitía sentir el placer morboso de la venganza. La revancha solo es placentera en tanto la memoria de la afrenta siga viva; conforme pasa el tiempo, mantenerla viva requiere cada vez más dinero.

Los cientos de millones destinados a propaganda eran la red que sostenía a Correa tras cada caída. Ahora que ya no los tiene, se ve obligado a acudir a patéticos enlaces vía redes sociales. Habrá que ver si, sin su aparataje, su popularidad resiste el paso del tiempo. La realidad suele ser decepcionante y cabe la posibilidad de que el mandatario más popular de nuestra historia no haya sido tan buen gobernante, sino un hombre inescrupuloso que apenas supo embriagar de odio y propaganda a su pueblo.

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