No lo acepto

Fausto Jaramillo Y.

Había decidido referirme, en el artículo de esta semana, a un tema de carácter local y, por lo tanto, había recogido información que respalde mis palabras; pero, la realidad impuso su presencia, cuando el jueves de la semana pasada, un atentado terrorista segó la vida de más de una decena de personas en Barcelona – España.

Es que la muerte de un inocente, de quien no es un soldado ni miembro de la fuerza pública que muera en estas circunstancias, no es un problema de una ciudad o de un país, ni siquiera de un continente, sino de la especie humana.

¿Qué nos pasa? ¿Por qué, a pesar de la experiencia acumulada a través de milenios, no somos capaces de resolver nuestros problemas sin violencia, sin regar sangre, sin segar vidas?

Demasiado tiempo ha pasado desde que, según el relato bíblico, Caín, cegado por los celos y la ambición, tomó en sus manos la mandíbula de un burro y blandiéndola con fuerza, acabó con la vida de su hermano Abel. ¿Cuántos Abeles han muerto desde entonces? ¿Cuántos millones de personas han sido sacrificados por asesinos, tiranos, dictadores, sicarios, reyezuelos, y demás animales del zoológico humano?

Sabemos que los celos forman parte de la mísera causalidad de la delincuencia personal, al igual que la pobreza y la desmedida ambición. Pero, la política ha sido y sigue siendo la causa de las grandes guerras y masacres que diezman a la población de una ciudad o de un país o de varios países.

Pero, también el fanatismo religioso ha sido culpable de una ceguera intelectual que desemboca en la violencia y en muerte. Seres que se creen predestinados a regir los destinos de pueblos o de grandes conglomerados y que en nombre de un partido, de una ideología o de una fe religiosa han sido los que han ocupado, a lo largo de la historia, los renglones y páginas negras.

Resulta casi imposible entender que pueblos con los mismos orígenes permanezcan en guerras fratricidas desde hace cerca de cinco mil años y siguen desangrándose. Pueblos que venera a dioses que hablan de paz y amor, tomen las armas y ataquen inmisericordemente a inocentes que deambulan en las calles, ejerciendo su elemental derecho a vivir en paz.

No, yo no logro entender que se hable de paz, de desarrollo, de buen vivir, y se robe, se mate, se torture. No, no logro aceptar que tras esas muertes se escondan inconfesables intereses económicos y de supremacía, de venganza y de ambiciones.

Simplemente, no lo entiendo, no lo acepto.