Anillos de acero y otros talismanes

POR: Germánico Solis

Ahora derrocado lo que fuera el Mercado Central de Otavalo, quienes conocimos el espacio cuando estaba cimentado con carpas de tela, acarreamos hasta la memoria las maneras de comerciar productos, la prestación de servicios y la presencia vivaracha y folclórica de vendedores ambulantes que iban de pueblo en pueblo, e hicieron de Otavalo plaza que beneficiaba a sus chuscas ofertas.

Los sectores rurales han sido protagonistas y actores vivos de los entretejidos de estas ferias. El indígena ha sido componente especial. Era común encontrar a los indígenas comprando anilinas, medicinas, alimentos, hilos, vestidos y a la vez vendiendo granos y aves.

Durante largos años la creencia mestiza asegura que al indígena se le puede vender cualquier cosa y a precios antojadizos. Así, el indígena ha visitado las boticas solicitando medicina para dolores generales como el de cabeza, estomago, gripes, recibiendo sin receta remedios que comprometen alivio y que se prestan al engaño.

En los ruedos del mercado se instalaron vendedores que traían pomadas, ungüentos, pócimas, y promocionados con parlantes y el discurso artificioso que ofrecía sanación a todas las enfermedades, así las del hígado, ceguera, huesos, para las heridas, para las dificultades al caminar, para desparasitar. Estos vendedores usaron fetichismos y recursos paganos que iban desde llevar serpientes en cajones, monos encadenados y loros amaestrados entregando suerte a quienes pagaban por aclarar el amor, los negocios y la salud. Productos concretos eran manteca de culebra, la de burro y otras sorprendentes combinaciones.

Los vendedores ambulantes tenían especialidades, había los que se dedicaban a entregar objetos y artificios que daban suerte. Quizá la ingenuidad indígena era aprovechada para la trampa, entonces se proponían cuerpos para evitar males y no ser presa del poder de la brujería. Los anillos de acero fueron ornamentos muy solicitados, al decir, el poder de ese metal alejaba males, desdichas y al mismo demonio. Otros objetos: el rabo de lobo, los ojos de venado, el imán que apegado a limallas y metales fascinaba y esquilmaba a los incautos.