Contra las almas, la mentira

Carlos Freile

El anarquista ruso Serguei Necháiev, en su libro ‘El Catecismo del Revolucionario’ (1868) resumió el programa de lucha contra la sociedad con esta frase: “Contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la mentira”. Si es necesario asesinar, se mata, si no, se miente. Este programa mínimo ha sido aplicado desde siempre contra la Iglesia Católica.

Hace pocos días, con motivo de la visita del Papa a Colombia, un grupo indígena acusó a las madres lauritas y a los padres capuchinos de haber envenenado a muchos de ellos; lanzaron la calumnia sin prueba alguna, pero el daño ya está hecho, pues nunca faltan quienes están a la caza de estas noticias para sembrar odio y desprecio.

Algo similar acaba de suceder hace un par de días, la prensa internacional, incluida la nuestra, se hizo eco de una noticia aparecida en dos medios de información ingleses (Sunday Post y BBC): se acusa a las Madres de la Caridad, que regentaban un orfanato, de haber sepultado en una fosa común a cerca de 400 niños entre 1864 y 1981. (Ya se había ensayado esta mentira contra otras monjas en Irlanda hace pocos años). Se insinúa que hubo malos tratos o por lo menos falta de atención.

Sin embargo, los investigadores no hablaron de fosa común: en el cementerio de Lanark se encontraron restos de esos niños en 158 secciones. La mayor parte había muerto de tuberculosis, pulmonía, pleuritis… Habían llegado ya muy enfermos al orfanato, de ambientes sórdidos y paupérrimos, con madres enfermas y abandonadas, algunas obligadas a la prostitucion. No se debe olvidar que hasta el descubrimiento de los antibióticos y otras medicinas morían muchísimos niños por esas enfermedades y por infecciones, agravadas por la desnutrición.

Las religiosas los recibían, los cuidaban hasta el final, inscribían su fallecimiento, les daban cristiana sepultura. El mundo les paga con la calumnia; se tergiversa la noticia, se adulteran los datos, pero nunca se publican las aclaraciones o refutaciones documentadas. No importa, las monjas siguen con su trabajo, con su dedicación hasta el heroísmo.

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