Los fanáticos del Estado

Daniel Marquez Soares

En toda sociedad, en toda época, el grueso de la humanidad encuentra un credo en el cual basar el diagnóstico de sus problemas y la cura para ellos. Alguna vez fue la religión: la raíz de los peores males era la falta de fe y la solución para ellos, ser más piadosos. El hambre y la enfermedad desaparecían rezando; la devoción mantenía a los invasores lejos y curaba la incompetencia militar.

En esa misma línea, Ecuador es, hoy por hoy, una sociedad idólatra, adoradora de la política. Su población se ha convencido de que sus principales problemas se derivan de ella; una creencia descabellada, pero llevadera. Lo verdaderamente peligroso es creer que las soluciones son también políticas: ideologías, elecciones, consultas, leyes, discursos, constituciones, políticos y un angustiantemente largo etcétera. Nadie niega que la clase política y el Estado, y sus emanaciones personales e institucionales, juegan un papel importante; pero de ahí a creer que son lo único o lo más importante hay un salto que, de tan grande, suele estar reñido con el pleno gozo de las facultades mentales y la honestidad intelectual.

La fe fanática en el Estado ha dado pie, como toda fe, a una institución religiosa y a un clero que vive de ella, una casta interesada en convencer a toda la sociedad de que es la dueña de la llave de la salvación (o de la prosperidad, en este caso), que su poder es legítimo y que eliminarla suscitaría el apocalipsis. Por eso, la legión de políticos, burócratas, consultores, periodistas o abogados podrán divergir en muchas cosas, pero siempre estarán de acuerdo en afirmarse como indispensables. Igualmente, se negarán siempre a aceptar que es posible vivir al margen de su fe; el idólatra de la política buscará imponer su credo, la fe en los políticos y en el Estado y asegurará que la única alternativa a su creencia es la anarquía, igual que el fanático religioso que amenaza con el infierno a quienes se niegan a convertirse.

Quienes buscan resolver la crisis actual con consultas populares o asambleas constituyentes son tan ignorantes, o inescrupulosos, como esos fanáticos de antes que querían curar a un tuberculoso por medio de rezos o ritos religiosos. La enfermedad podrá ser político-legal; la cura, no.

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