Espadazos de verdad

Daniel Marquez Soares

Las verdades más importantes, las que determinan las sociedades, no se dicen en voz alta, sino que se sobreentienden. Mencionarlas es tabú. En su reciente libro ‘Todo el mundo miente’, por ejemplo, el científico norteamericano Seth Stephens-Davidowitz demuestra que, en Estados Unidos, el racismo aumenta cuando un negro tiene éxito profesional y exposición mediática, que la gente tiene considerablemente menos sexo del que dice, que muchos padres se arrepienten de haber tenido hijos y que la mayoría de los compradores de libros influyentes ni siquiera terminan de leerlos.

Para llegar a esas conclusiones, el estudioso montó un complejo sistema de información recopilada por buscadores, tiendas, redes sociales y páginas pornográficas en su país. Nosotros, los ecuatorianos, no necesitamos métodos tan complicados para sacar a relucir esas verdades incómodas porque tenemos a Rafael Correa, quien nos recordó que “la educación privada es un intríngulis para casar bien a mijita”, que los periodistas son “payasitos, no dueños del circo”, los diplomáticos “momias cocteleras” y que muchos autodenominados líderes políticos “si sacan tres votos, tienen amante”.

Ante el despedazamiento de Alianza PAIS, Correa ha disparado nuevas verdades inmencionables. La primera es que, en su gobierno, los empresarios estaban financieramente bien, mejor que nunca (algo que todo abnegado socialista no debería olvidar), pero que lo aborrecían porque con él “no mandaban”. La segunda, la reciente, es que sus detractores están contra él y su exvicepresidente porque son “costeños”.

El problema con decir las verdades es que éstas nos esclavizan, nos condenan a vivir bajo su yugo si no queremos quedar como hipócritas. Ahora, al echar mano del buen y viejo regionalismo, Correa se ha condenado a ser un líder costeño; ojalá, además, nunca le demuestren que fue el bienmandado de algún empresario. Eso implicaría darle la espalda a su verdad última: ser el candidato, no de costeños ni de pobres, sino de los frenéticos y los fastidiados; rico, pobre o clase media, el votante de Correa era el ciudadano harto de todo lo que prefería lidiar a espadazos con el nudo gordiano que es Ecuador, olvidando que Alejandro Magno, de tanto agitar su espada, terminó enloqueciendo.

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