El estado de la educación

Rosalía Arteaga Serrano

Luego del gobierno anterior a más de las incontables denuncias y escándalos que envuelven a muchos de sus funcionarios, como una especie de pus que explota por diversos lugares, también vamos tomando cuenta de la dimensión del desastre que en el ámbito de la educación se produjo durante los diez años anteriores.

A pesar de que el campo educativo fue uno de los más publicitados, con apariencia de exitoso por las ampulosas declaraciones y mastodónticas construcciones, aún por fiscalizar, se constatan falencias en temas como capacitación de maestros, sobrecarga en papeleo, cierre de escuelas comunitarias, los viajes largos y riesgosos para niños y jóvenes a centros educativos alejados de sus hogares. Hay falencias en aprendizaje de idiomas, ausencia de estrategias para la enseñanza de nuevas tecnologías, malas evaluaciones en lenguaje y matemáticas, contenidos cuestionables en los textos, falta de concordancia entre textos y cuadernos de trabajo y un largo etcétera.

Los dramas en la educación superior son graves. La cantidad de jóvenes excluidos del sistema, la baja calidad de profesionales que producen las universidades y la angustia financiera que acosa sobre todo a las públicas, que recurren a la tan denigrada autogestión, prácticamente eliminada en el régimen anterior.

Si a esto sumamos la desaparición del sistema nacional de bibliotecas, la carencia de parámetros de calidad y la falta de autonomía en la gestión de las unidades educativas, el panorama es desolador. La década pasada ha sido una década perdida y en muchos casos ha significado un retroceso. Ojalá el gobierno que se instaló en mayo tenga las agallas suficientes para enmendar los graves errores y pensar realmente en una política educativa que privilegie la excelencia y deje de lado las novelerías.

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