Fórmula mágica

Después de la II Guerra Mundial Europa era un montón de ruinas. La pobreza, las epidemias y la destrucción eran el resultado de esa misa a la sinrazón del hombre y la violencia que es la guerra. EE.UU. vio una oportunidad para ejercer mayor dominio en los países devastados y ofreció respaldar los planes de reconstrucción con 13.000 millones de dólares que debían pagarse en cuatro años, lo cual a todas luces era un plazo inalcanzable para países que debían iniciar de cero. La gran mayoría cedió y EE.UU. marcó la hegemonía que buscaba.

Pero Alemania fue un caso aparte, y decidió en primer lugar regenerar la confianza interna y externa que se había ido al suelo después de su poco honrosa participación en el conflicto. Decidió que los políticos debían alejarse de la administración de los recursos y lo dejó casi todo en manos de técnicos que establecieran un plan cumplible para levantar al país. Con un derroche de sensatez comenzó por arreglar las vías aéreas, ferrocarrileras y terrestres, generó empleo y movilización. Pero comprendió que necesitaba negociar con sus vecinos para crecer y les ofreció ampliar las vías de forma internacional, y de esa manera comenzó la cooperación europea que ahora tambalea de nuevo por nacionalismos propios de mentes pequeñas. Fomentó la explotación del carbón, una materia por demás necesaria en la época y para recuperar un voto de confianza redujo su producción de acero al 25% garantizando así que no tendría lo suficiente para de nuevo producir armas. Los dirigentes pidieron solo 3.500 millones de préstamo, se endeudaron con lo necesario y salieron adelante. No hay ninguna fórmula mágica, solamente hubo una administración honesta de la deuda y un pueblo que supo entender las circunstancias. Claro que visto desde acá, 70 años después pero en el país de lo absurdo todo esto nos parece un cuento de hadas.