La pugna legislativa

Daniel Marquez Soares

Hay sistemas cuyos errores son difíciles de prever. Por eso, la honesta evaluación del accidente del Apolo 1 llevada a cabo por uno de los astronautas se refería a la causa de este como un “error de imaginación”; ni siquiera los genios de la NASA hubieran podido anticipar lo que sucedería. A su vez, el informe de la comisión encargada de investigar los atentados del 11 de septiembre de 2001 tuvo una conclusión lapidaria: fue imposible verlo venir. El accidente de Fukushima desató un pánico alrededor de la energía nuclear al ser, justamente, resultado de una trágica cadena de acontecimientos extraordinariamente improbables, para la que era muy difícil prever.

En fin, hay tragedias imposibles de prevenir. No obstante, la coyuntura actual de Ecuador y sus consecuencias a corto y mediano plazo no caen en esa categoría. La compresión de los principales problemas de nuestro sistema y sus riesgos inmediatos no requiere un raciocinio profundo y entrenado, capaz de complejas deducciones; bastan sentido común y aritmética.

Hay un grave patrón histórico en la política ecuatoriana: ante problemas urgentes de fácil comprensión cuyas gravísimas consecuencias son fáciles de prever, los funcionarios electos optan por medidas inútiles, fruto de debates estériles y vergonzosos. Reformas y decisiones absurdas, aprobadas e impuestas tras procesos de negociación que constituyen verdaderos monumentos a la insensatez, fueron pan de cada día, causantes y agravantes, del descalabro de los ochentas y del proceso que culminó con el estallido de 1999. Lo mismo se aprecia ahora: problemas serios cuya solución se posterga o que se enfrentan con medidas que cualquier ciudadano dotado de sentido común alcanza a ver que son desacertadas.

Los políticos no son incompetentes. Comprenden muy bien lo que están haciendo y dejando de hacer. Lo que sucede es que creen que siempre podrán operar fuera de ese sistema viciado que han levantado y siguen levantado; sea porque imaginan su vida en el extranjero o porque creen que podrán estar siempre por encima de las leyes absurdas que empujan. Por eso no tienen prisa.

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