El fin de Mugabe

Juan Sebastián Vargas

Zimbabue es una ex colonia británica en el sur de África con una impresionante hiperinflación y una esperanza de vida de 59 años, en 1980 consiguió su independencia y en ese mismo año las elecciones fueron ganadas por la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU) del cual Robert Mugabe es su jefe histórico quien a su vez gobernó este país desde 1980 hasta su renuncia el pasado 21 de noviembre a sus 93 años de edad.

Cuando este dirigente asumió el poder llegó con un gran prestigio al ser uno de los héroes independentistas y también por su preparación puesto que es Licenciado en letras por la Universidad de Fort Hare en Sudáfrica y también en Economía en la Universidad de Londres, lo que le permitió en sus primeros años de gobierno mantener buenas relaciones con la minoría blanca con formación técnica y profesional con el fin de salvaguardar una estabilidad económica en el país, igualmente mantuvo un acuerdo con Inglaterra para conservar un sistema parlamentario multipartidista, sin embargo, para sostener el poder de la población negra en el país incitó a hostilidades étnicas que desencadenaron en una sangrienta guerra civil, luego, como buen aprendiz de dictador Mugabe llevó a cabo una reforma constitucional presidencialista en la cual se atribuyó poderes como la disposición de designar diputados a su antojo para mantener mayorías parlamentarias y eliminó el cargo de primer ministro, asumió la presidencia de Zimbabue en 1987 con un enorme poder.

En un artículo anterior topé el tema del “síndrome hubris” o enfermedad por el poder, y es que este tipo de líderes que al principio aparentan tener buenas intenciones sufren de esta enfermedad mental y se vuelven desquiciados por el poder, Mugabe se adueñó de Zimbabue, reprimió sin piedad a opositores, manejó el sistema electoral a su antojo reeligiéndose una y otra vez fraudulentamente, además, festejaba sus cumpleaños y aniversarios políticos con fiestas fastuosas cuando su país vivía la peor crisis social, económica y sanitaria.

El ejemplo es claro, no se debe permitir jamás que ningún líder se perpetúe en el poder, los resultados son desastrosos. No cabe duda que la alternancia es síntoma de un país democráticamente saludable.