Se fue, volvió, pero no venció.

La semana nos ha dejado una buena cantidad de noticias sobre las cuales detenernos. Por mucho que me pese habrá que seguir gastando tinta para tratar de Correa y sus acciones, con la feliz diferencia de que en esta ocasión es para hablar de sus fracasos. Su regreso ha sido la forma menos digna de terminar con su imagen. De aquel personaje autoritario y jactancioso hoy sólo quedan ruinas. Y ruinas son las que están a su alrededor. Políticamente se encuentra bastante disminuido, y ha sufrido en carne propia lo que significa estar fuera del poder, y padecer sus embestidas.

El licenciado se ha mostrado más firme de lo que nos hubiésemos imaginado y el pedido de consulta de estos días vuelve más concisa su decisión de volver al espíritu de Montecristi. Pero que nadie se engañe, la reciente reincorporación de Gustavo Larrea a Carondelet, la voluntad de conservar su autoridad en el partido pese a la aparente pugna; son señales de la poca voluntad de marcar una distancia sustancial de los planteamientos iniciales de AP.

El correísmo por mucho que nos pese aún tendrá vida, aunque de celuloide pero vida, bajo cualquier otro nombre y con cualquier otra cara. Los caudillismos no desaparecen tan fácilmente y la cátedra de tiranía demencial que ha dado la última década probablemente haya sido aprendida por muchos como una forma válida de hacer política.

La Asamblea luego de su maratónica jornada del sábado regresó al final de la semana para dar visto bueno al Presupuesto 2018. Cuando se trata de dinero, Alianza País se une como una piña. También está el deshonroso papel de la Corte Nacional de Justicia que con su silencio ha despertado desconfianzas, recriminaciones, y hasta vergüenza. Es la muestra de la falta de independencia de poderes en Ecuador. Y por último la despedida del compadre Pozo, a quien le deseamos buen viaje.