Lo encontraron desmembrado

Germánico Solis

Un consternado jornalero encontró un cuerpo desmembrado en la vía. El trabajador reveló que los restos eran irreconocibles y distaban mucho de lo que debió ser antes, que solo quedaban despojos de la figura de otro momento. Sin embargo, con la detenida observación, algo quedaba de la vital configuración, por lo que la tarea de recoger las partes del infortunado, apalabraba saber quien era.

El desafío era juntar los fragmentos que se encontraban dispersos en un largo trecho del camino, faena posible con la ayuda familiar y de la comunidad, no importó el rigor del tiempo y el aparecimiento de la noche. La labor culminó cuando el jornalero mandó que la búsqueda fuera suficiente por ese día.

Cuando fue tiempo de juntar los cortes encontrados, los campesinos con enorme amor iniciaron el tejido. Los diferentes pedacitos eran un rompecabezas, fue un trabajo de tino y de recurrir a la inventiva para solucionar el enigma. Muchos retazos tenían indiscretos tajos e incisas y se presumía que ciertos deslumbres eran las venas abiertas y los huesos de la víctima. La satisfacción era la sospecha de percibir los imperceptibles resuellos del malherido.

Y en una posada campesina, donde escasea todo, sin energía eléctrica, sin agua potable y con ambientes no adecuados, se produjo el portento: la resurrección de los restos recogidos en la vía, no se si destrozados intencionalmente o a causa de un insensible descuido. Estaba entero el renacido, aunque algo faltaba para que se ultime la maravilla.

Y el protagonista quedó como antes, es un personaje con arrugas, con trazas, dobleces por doquier, cicatrices y señales que datan los años vividos, pero vital e incólume a lo sucedido. Allí estaban cabales sus ojos nigromantes, sus manos consejeras, sus pies de incansable caminante y el corazón amante del mundo, es un maestro. Es un antiguo libro que se quedó sin la página que titula su nombre. Es un libro que mutilado la primera hoja, forma a una noble comunidad con fábulas humanas y que felices leen por las noches. Un profesor disertaba: “los libros deben morir subrayados, descuartizados, destripados y nunca enteros en la cárcel de los estantes”.