Caretas

Franklin Barriga López

En la mitología griega, Proteo, que conocía el pasado y predecía el futuro, era el dios de los mil rostros, ya que cambiaba de forma según las circunstancias. En el teatro, se le representó como el personaje de todas las máscaras, a las que manejaba a su conveniencia.


Mala copia de este ser que vive hoy en la leyenda y el mito es el politiquero que existe como mala hierba, para fomentar el populismo y producir la desorientación de las masas, con melosos y falsos discursos, brotados de la demagogia más artera.


Pocos son los que en ese campo, minado de insultos y patrañas, guardan la tradición del caballero y de la dama, que se orientaban por códigos de honor que tanta falta hacen en el presente. Había la integridad de la palabra, que valía más que una escritura pública.


No exenta de razones, la catalogación al politiquero ha llegado a niveles deplorables, como sinónimo de picardía y hasta de mala fe. La política debe recobrar su misión de servicio y nobleza, no ser refugio de malandrines. Desde luego y en este ámbito, aún existen ciudadanos respetables por su capacidad intelectual y honradez; a ellos se los debe elegir en las urnas, para evitar arrepentimientos tardíos.


No es cierto que la máscara prolifera únicamente en las fiestas populares donde los lugareños hacen gala de ella en las celebraciones andinas o en los bailes de inocentes, en las postrimerías del año y los comienzos de uno nuevo, hasta el Día de Reyes. Las caretas prevalecen en todo tiempo y lugar como símbolos de anonimato, simulación y engaño.


La sabiduría del pueblo creó la expresión sacarse la careta, para saber a ciencia cierta las verdaderas intenciones de políticos y politiqueros sin ese disfraz tan conocido y hasta tolerado.


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