TIEMPO LARGO, TIEMPO CORTO

Los pueblos originarios de nuestra América diferenciaban entre el “tiempo largo” y el “tiempo corto”. Pertenecen a la primera categoría aquellos sucesos o eventos que pueden medirse en un largo período de tiempo, por ejemplo, la vida del sol, de la luna, de los planetas, de las montañas, de los ríos, de ciertas instituciones, ideas, conceptos, ciencia, religiones, etc., que perduran a pesar de los fuertes vientos de la historia.

Al tiempo corto pertenecen aquellos eventos o acontecimientos que son susceptibles de conocer dentro del período de vida de un ser humano, o quizás más cortos; por ejemplo, la siembra y la cosecha anual, una casa, un vehículo, la salud individual, ciertas instituciones, etc.

Por supuesto que esta conceptualización presenta ciertas dificultades; si una comida pertenece al tiempo corto, la siembra y la cosecha también, pero la agricultura pertenece al tiempo largo. Si la salud individual es cosa del tiempo corto, la medicina, ya sea empírica o científica pertenece al tiempo largo; un día o una noche pertenecen al tiempo corto, pero la vida del sol y de la luz, pero la vida de la luna y de la noche pertenecen al tiempo largo.

Ayer finalizó un año. 2017 pertenece al tiempo corto, pero la existencia de nuestro planeta, las relaciones y movimientos que se producen en el espacio, las estaciones y los fenómenos climáticos pertenecen al tiempo largo.

Si aplicamos este concepto a la política, podemos afirmar que la democracia, como institución política, al igual que el Estado, pertenecen al tiempo largo, mientras que unas elecciones, referéndums y consultas pertenecen al tiempo corto. Los partidos y movimientos políticos también pertenecen al tiempo corto porque nacen y mueren de acuerdo a las circunstancias por las que atraviese un pueblo.

La ciencia y el arte pertenecen al tiempo largo, mientras que un partido de fútbol o un campeonato pertenecen al tiempo corto.

Vistas así las cosas, la vida de un ser humano pertenece al tiempo corto, mientras que su muerte pertenece al tiempo largo; por eso, no vale la pena amargarse por el año que pasó, sino que hay que alegrarse por el año que se inicia, trabajar por él y para él, a fin de que las cosas que podamos lograr queden en el tiempo largo para nuestros hijos, para nuestros nietos.

A trabajar, entonces, y miremos el próximo año, el de 2018, como el escenario de nuestro legado.