Quemas

Por: Carlos Trujillo Sierra

Desafortunadamente, el imperio de la desidia, el capricho y a pesar de la web y el Rincón del Vago la falta de información y el desconocimiento del mundo en que vivimos, ahora preferimos decir monigotes y no años viejos. Estamos quemando, y ya se quemaron los últimos del 17 (menos los que demoramos hasta mediados de enero y, realmente, no los quemamos por demasiado contaminantes y que son tan vacíos de significado como sus creadores mercachifles).

Antes quemábamos frustraciones, picardía, risas ahora quemamos amargura y una enorme dosis de nada. No pretendo que se restablezcan las hogueras de la Santa Inquisición con herejes, paganos y judíos para los drogadictos –perdonen mi atrevimiento al usar esta palabra– y los abusadores sexuales que de acuerdo a las actuales convenciones ya están en la misma categoría –las inclinaciones son iguales– y los expertos especialistas ya deberían estar estudiando la relación droga: abuso.

No pido la fogata para los poco avisados autores de decretos, leyes, reglamentaciones y normativas por miles que persiguen y amargan a los miles y miles de maestros, funcionarios honestos y de bajo nivel, a comerciantes y trabajadores que no han caído en la sapada de los altos, altísimos cargos. Pero sin ninguna vergüenza ni pena y para mayor eficiencia en los diarios quehaceres, bien podemos hacer una Gran Hoguera de la Impudicia con los decretos y reglamentaciones y así poder recobrar el sentido común y la lógica de nuestra vida diaria.

Poseemos tradiciones y experiencia confirmadas por los logros que hemos obtenido con honor. Física o materialmente, quememos miles y miles de folletos de propaganda, libros dedicados a exaltar a poetastros y esbirros sicofantes –hay miles y miles en bodega, rechazados por absurdos e inleíbles; tenemos –ya dirán que soy un exagerado que quemar o reciclar miles y miles de textos escolares (he leído la presentación que un Ministro hace –en inglés?–) de un texto para atormentar o idiotizar a inocentes niños (no los de Herodes, los nuestros) de seis a ocho años.

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