Sin rastro

AUTOR: Nicolás Merizalde

Esta semana se han cumplido 30 años de la desaparición de los hermanos Restrepo. En un país tan desmemoriado, es increíble que el caso no se nos haya ido del todo. Andrés y Santiago se convirtieron en un símbolo de la crueldad a la que llega el poder descontrolado, el razonamiento obtuso de imponer violencia contra la violencia, y la factura que dejan los innecesarios gobiernos de “mano dura”. Se convirtieron en el símbolo de la lucha irrenunciable de una madre que no pudo volver a descansar tranquila hasta el día de su muerte, y un padre y una hermana que aún hoy no se rinden.

Los años no han logrado que los ecuatorianos olvidemos sus caras, pero si revisamos los saldos, aún salimos debiendo. Porque hemos perdido la capacidad de indignarnos, preocuparnos por lo que de verdad importa. El drama de los desaparecidos no ha desaparecido. Aún hoy se registran miles de casos de gente sin rastro y familias desconsoladas por todo el país, se reciben cerca de 500 denuncias de casos así al mes. En nuestra ciudad sin ir muy lejos, se han cumplido 7 años de la desaparición de Giovanna Pérez, pero ni la población ni las autoridades han logrado movilizarse para hallar una solución a estos problemas.

Si en cosas tan desgarradoras merma nuestra capacidad de pronunciarnos, sublevarnos y solidarizarnos con el que sufre ya podremos imaginar cómo nos va en otros temas. Corrupción, violencia de género (bien entendida), falta de libertades, la decadencia de la educación, la contaminación, etc. La clase de país que quiero depende de cómo yo lo construya; nuestras voces sí importan a pesar de lo que nos digan y nuestro silencio es la primera condición para que comiencen los abusos. Una sociedad menos solidaria y participativa, agoniza. Nos preguntamos ¿Por qué todos están tan corrompidos? Porque nos olvidamos de pensar en el otro.