Bachillerato internacional

La educación es una lotería, no todos alcanzan a su boleto, no lo pueden comprar, todos desean y pocos son los beneficiados. Los premios por etapas: acceso, permanencia y logros. De ahí, esquivos para la mayoría. Otra ‘obra emblemática’ de la revolución educativa, el Bachillerato Internacional (BI), nos sitúa terceros en América, luego de EE.UU. y Canadá, y sobre 16 países latinoamericanos por el número de instituciones.

El programa educativo nació en Suiza (1968) e ingresó al país entre 2006 y 2017. Son 267 instituciones que siguen el Programa del Diplomado, 58 privadas y 209 públicas (una sola en el sector rural). El costo de esta propuesta pedagógica, sector oficial, hasta junio de 2017, fue de 30 millones, todo para que, de 4.024 evaluados apenas 711 (17,7%) alcancen el diploma y el resto certificaciones y deserciones.

La meta a 2017 fue llegar a 500 establecimientos. Los slogans: “Educadores y alumnos de talla mundial” y “ciudadanos del siglo XXI que crezcan física, intelectual, emocional y éticamente” son elocuentes y opulentos. Con currículo propio y exigente: infraestructura, calidad docente, asignaturas claves, horarios.

Ventajas ofertadas: estudios en lengua y literatura, prácticas solidarias, proyectos de investigación, monografías, mentalidad abierta y crítica, tolerancia, sacrificio, otros idiomas, alto nivel matemático, ciencias y artes. Desventajas sentidas: falta de laboratorios, desmotivaciones, superficialidad en investigación e idiomas, egresos económicos para padres, empoderamiento institucional ficticio, ausencia de becas o créditos para universidades y direccionamiento hacia una escasa población, rompiendo el noble principio de educación para todos.

Llegar con BI a la mayoría de alumnos y profesores debería ser el propósito en los cuatro programas que ofrecen. La clave, salir de la moda, desarrollar un proyecto holístico, con dinero recuperado de los atracos.

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