Una nueva revolución

Jaime Durán Barba

En la década de 1960 entraron en crisis las dos instituciones que determinaban lo que era verdadero y falso en Occidente. El Partido Comunista de la Unión Soviética enfrentó la herejía cuando China cuestionó el papel del proletariado en la revolución y dividió al bloque comunista.

El Concilio Vaticano II mitigó el dogmatismo de la Iglesia Católica. La idea de que existen cristianos anónimos que pueden salvarse aunque no conozcan el evangelio abrió el camino a una concepción más plural de la fe y al ecumenismo. Ambos credos que tenían ideas homofóbicas y discriminaban a las mujeres flexibilizaron sus posturas frente a la sexualidad y al monopolio de la verdad.

A fines de los 60 estallaron revoluciones que destrozaron los dogmatismos en boga. Se desató la imaginación. Como en la película El submarino amarillo, la música rompió la monotonía del mundo de los azules con una lluvia de colores. El concierto de Woodstock estimuló a las movilizaciones juveniles que detuvieron la invasión a Vietnam, millones de jóvenes asistieron a conciertos y musicales que carcomieron los cimientos de la antigua sociedad.

El Mayo Francés cuestionó a un comunismo obsoleto y alumbró nuevas utopías. El triunfo del socialismo parecía inevitable. Los revolucionarios triunfaron en el sudeste asiático, se instauraron gobiernos socialistas en Libia, Siria, Irak, Etiopía, Somalia, el Congo, Angola, Zimbabwe y otros países.

En América Latina los soviéticos, apoyados por Cuba, organizaron en casi todos los países guerrillas que Estados Unidos combatió auspiciando dictaduras militares. La taxonomía que organizaba a esa multiplicidad de fisuras desde la izquierda hasta la derecha desapareció con la caída de la URSS y nos confundió a quienes nos formamos durante la Guerra Fría.

A fines del siglo XX cambió el modo de producción de los bienes y servicios, y la naturaleza de los seres humanos. Gracias a los avances de la tecnología, las empresas emplean cada vez menos trabajadores, incrementan sus tasas de ganancia y pueden pagar muy bien al escaso personal que contratan para que maneje las plantas desde computadoras.

Los empresarios del futuro no necesitarán regatear el salario de los trabajadores porque necesitarán personas preparadas que manejen procesos complejos. Su problema será un mercado para sus productos cuando se extingan muchos de los trabajos actuales. Transitamos de sociedades cuyo problema fue la pobreza, a otras en que se discutirá la repartición de la riqueza. El problema no será el hambre, sino la obesidad.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.