De la intimidad

MESÍAS MESTANZA SOLANO

La intimidad es una parte de la vida de una persona que no puede ser observada desde el exterior y peor aún todavía publicada por ningún medio. Se entiende que la intimidad es una barrera infranqueable que no permite ser divulgada absolutamente por nadie, dado que es un derecho privado personalísimo. Nuestra Constitución reconoce y garantiza el derecho a la intimidad personal y familiar; de ahí es que el COIP sanciona hasta con tres años de cárcel a la persona que, sin contar con el consentimiento o la autorización legal, acceda, intercepte, examine, retenga, grabe, reproduzca, difunda o publique datos personales, mensajes de datos, voz, audio o video, objetos postales, información contenida en soportes informáticos, comunicaciones privadas o reservadas de otra persona.

No solamente que nuestra Constitución y leyes protegen este derecho, sino además varios pactos y convenios internacionales; así tenemos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha hecho constar que “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, ni su familia, ni cualquier entidad, ni de ataques a su honra o su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques” A muchos ecuatorianos nos falta la cultura informática para saber utilizar correctamente los medios, a efecto de evitar convertir a las redes sociales por decir lo menos, en un medio donde el insulto, la diatriba, la agresión que son instrumentos de los incapaces, sirva para afectar el honor y prestigio de los particulares. Hay que entender que una persona de honor y buen nombre cuidará de la imagen de los demás, pero que si estos atributos no los tienen los injuriadores, al menos no manchen a los que sí lo poseen, porque de hacerlo, estarán adecuando su conducto al tipo penal llamado violación de la intimidad. Claro está que por más drástica que sea la sanción penal de cárcel e indemnización por daño integral, ya se ha causado un perjuicio que es irreparable; considerándose que el honor desperdigado a los cuatro vientos es ni más ni menos que cuando regamos un vaso de agua en la arena, jamás podremos recogerlo. A propósito del caso de la Virreina de Ambato, mi solidaridad con ella y el rechazo al agresor.

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