Candilejas en el Pedro Moncayo

Germánico Solis

El parque Pedro Moncayo de Ibarra, a lo largo de su existencia, ha sido un importante proscenio donde se han desarrollado sucesos anotados en la historia convencional, y otros muy curiosos, y acaso sin valía para la crónica de aquellos venerables libros, que alcanzan la anchura de la fábula y permanecen intactos en la memoria del pueblo llano.

La ciudad toda es un gran teatro, un escenario en el que día a día se ensayan dramas, y sin que señalen el día del estreno, los actores muestran la fuerza de la comedia, de los melodramas, de las obras en las que protagonistas y auditorios terminan riéndose, llorando, o conjugando desenlaces que podrían llamarse sainetes, tragedias o, pasajes de la vida real, como sea, siempre concurrente el poético realismo mágico.

Se evoca que concluida la misa que empezaba a las siete de la noche, y celebrada en la Catedral, se acostumbraba comprar el oliente canguil reventado en una ingeniosa olla, y comerciado en el mismísimo pretil, y que por cierto, era consumido con encanto por los fieles que se encaminaban a disfrutar de la retreta dominical, ejecutada por la banda municipal.

El deleite consistía en pasearse entre amigos, familiares y vecinos, por todo el parque y dejando al centro, a los músicos que entonando canciones de moda se sudaban por ser oficiosos. El público era variado y de toda condición y edad. No era raro que se entrecrucen gente con ropa dominguera fina con ciudadanos de buenos modales. Los padres celosos asían las manos de sus hijas, en defensa a las miradas extrañas o de las atrevidas galanterías.

La retreta implicó aplaudir el baile del popular Ramiro Amaya, quien al son de las armonías, inventaba movimientos y ocurrencias que ocasionaban complacencia y gozo en los asistentes. La presencia de Amaya era importante, de allí que un atraso o ausencia, causaba preocupación y orfandad en el parque. El simpático personaje que penaba cierta perturbación, vivía por la Cruz Verde, y se dice que un atropellamiento segó su vida. Su desaparición conmocionó largo tiempo a quienes entregaban por las actuaciones monedas y aplausos que motivaron a aquel espíritu celeste ensartado en el arte.