Alcanzar la madurez

Sospecho que esa manía que tenemos los ecuatorianos de prestar demasiada atención a la política, se debe a que somos una república muy joven, de apenas 190 años, tiempo en el que aún no hemos aprendido a vivir en libertad y democracia, y nos hace falta la figura paternal y casi tiránica del cacique, del rey, del inty y hasta del “padrecito”, que nos señale el camino a seguir.

En estos casi dos siglos no hemos sido capaces de aprender a vivir en soledad que nos obligue a ser responsables de nuestros actos, de decidir tras un razonamiento que nos acerque a la verdad. Preferimos mantenernos en la obediencia a las figuras paternas o maternas, antes que caminar por el sendero del libre albedrío, pues, éste nos obliga a reconocernos en nuestra mediocridad y falta de conocimientos.

El 4 de febrero acudiremos a las urnas y las últimas encuestas muestran que más del 17% de los ciudadanos en capacidad de votar, ni siquiera han mostrado un pequeño interés en conocer las preguntas de la consulta popular y del referéndum; más del 60% no saben la diferencia entre consulta y referéndum. Vistas así las cosas, ¿podemos sentirnos orgullosos de nuestra ciudadanía?

Ante ese panorama no debemos escatimar epítetos para calificarnos: somos inconscientes e indolentes ante el futuro de nosotros, de nuestros hijos, de nuestros nietos. No nos importa el que una gavilla de delincuentes se haya apoderado del gobierno para esquilmar nuestra economía y, tampoco debemos quejarnos de que de ahora en adelante debamos pagar en dinero contante y sonante el más grande endeudamiento que ha tenido el Ecuador en su historia, a pesar de la inmensa cantidad de recursos que recibió durante su mandato.

Tampoco nos duele que la producción petrolera, la única riqueza que tenemos en explotación, esté hipotecada a leoninos contratos con compañías extranjeras que prestaron dinero a un gobierno que escondió todo, que nos engañó siempre y que ahora se pasea por las calles y plazas de nuestras ciudades pretendiendo que todo siga igual.

Pero, lo más doloroso es nuestra indolencia frente a la pérdida de nuestras libertades de expresión, de tomarnos una cerveza en domingo, de opinar, de comprar y vender la casa que con sudor pudimos adquirir o construir y por la que debemos pagar hasta un 90% de las utilidades, si es que logramos venderla. En fin, no nos duele el que nos hayan robado, a pretexto de una solidaridad mentirosa, dirigida solamente a engrosar el tamaño de sus bolsillos, nuestra capacidad de crecer en libertad y dignidad. La prueba de todo ello está en que aún quedan ecuatorianos y ecuatorianas que acompañan al ladrón de nuestras libertades en sus caminatas para demandar nuestro voto para que él, y sus secuaces, puedan volver.

Escribo desde el hartazgo que siento al ver que, a pesar de las experiencias, los ecuatorianos no hemos aprendido la lección y unos cuantos ciudadanos sigan pensando que las palabras vertidas en sabatinas insultantes, en las que el líder de turno sembraba el odio para esconder latrocinios, son la forma correcta de alcanzar nuestra madurez como personas y como país.